jueves, 11 de octubre de 2018

INCENDIOS FORESTALES: HACIA UN CAMBIO DE PARADIGMA



Como ya hemos descrito en anteriores entradas, la gestión preventiva del fuego forestal es en la actualidad una de las acciones más eficaces para salvaguardar la seguridad de las personas, las propiedades y el medio ambiente forestal frente al riesgo de incendios sin control.


La aplicación de quemas prescritas como herramienta básica del manejo de la masa forestal, permite alcanzar buena parte de los objetivos definidos dentro de los programas de una gestión forestal correcta, donde se combinen todos los usos del territorio, tanto los ambientales, como los sociales y económicos.

Masas de pinos con alta densidad y esacaso manejo del combustible. Terreno preparado para el próximo incendio forestal.


Por lo tanto hay que tener claro que esta herramienta no es un fin en sí mismo, sino que proporciona mecanismos mediante los cuales se pueden alcanzar unos objetivos mucho más generales.


A fines del siglo XIX y principios del XX, el enfoque de la política forestal en España y otros países europeos, debido a la necesidad perentoria de obtener recursos económicos, la degradación a la que estaban sometidos los bosques españoles por culpa de la deforestación histórica y la presión que se ejercía sobre los recursos forestales por parte de la población rural, que utilizaba el fuego como una herramienta más, provocaron que los incendios forestales se consideraran por parte de numerosos técnicos, políticos y pensadores como el Gran Enemigo

Altas densidades de pinos en las repoblaciones de la isla de Tenerife.



El fuego se consideró una gran amenaza siempre y cuando afectara a las masas arboladas, y la tendencia, remarcada a mediados del Siglo XX siempre fue su eliminación total.


Tras la Guerra Civil, la autarquía y los años de sequía, miseria y hambre, condujeron a una intensificación de la política de repoblación forestal, iniciada ya durante la Restauración Borbónica y la Dictadura de Primo de Rivera.

La política de reforestación fue clave durante los años de autarquía



La búsqueda de altos rendimientos en los bosques repoblados llevó a que las prácticas de manejo forestal se centralizaran en maximizar de manera eficiente la producción de madera, pero también de leñas, carbón y, sobre todo, pulpa de papel obtenida de las plantaciones de eucaliptos.
También se vincularon los trabajos de repoblación forestal a la política de construcción de embalses. Estos ambiciosos objetivos, junto con el persistente temor al fuego, provocaron que el manejo del fuego se dirigiera casi en exclusiva a la prevención y supresión de incendios forestales para minimizar las zonas quemadas y, en última instancia, la pérdida de vidas, propiedades y recursos naturales. 

La repoblación forestal fue esgrimida durante años como uno de los logros de la Dictadura de Franco.


En la actualidad, los grandes incendios forestales no controlados, se consideran indeseables desde la óptica de políticos, planificadores, técnicos y ciudadanos en general.


Los sectores económicos relacionados con los montes, en especial en aquellos municipios y provincias dependientes de los bosques, afrontan hoy la necesidad de aumentar los recursos forestales disponibles (en el amplio sentido de la palabra, incluida la recreación o el turismo), lo que ha hecho acrecentar las preocupaciones sobre el impacto económico y social de los incendios forestales.
 

Se pueden citar las siguientes razones para disminuir el número y tamaño de los incendios forestales:
  • Las amenazas crecientes al desarrollo urbano en áreas de bosques o cerca de ellas (los fuegos de interfaz urbano-forestal), 
  • El impacto potencial de los grandes incendios en la salud pública y en la “economía verde”, 
  • La pérdida de biodiversidad 
  • El efecto que las emisiones generadas por los incendios forestales ocasionan en el ciclo global del carbono . 


La pretensión de controlar los incendios forestales y creer que es algo viable, se basa en una actitud posibilista: los seres humanos podemos dominar a la naturaleza.

Plantaciones de eucaliptos.


Esta pretensión se ha visto estimulada por el gran desarrollo tecnológico (sin precedentes en la historia de la Humanidad) que ha ocurrido en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, tanto en el transporte (aviones y helicópteros), en los equipamientos (motobombas, vehículos terrestres, medios químicos como viscosantes y retardantes, equipos de protección individual para los operarios), en formación (cuadrillas profesionales y con formación continua y actualizada), como en las comunicaciones (tecnología de satélites, avances informáticos).


Todo esto ha contribuido a que, en la lucha contra el fuego, los ataques iniciales sean más rápidos y de modo más sólido y sostenido, lo cual ha llevado a que la efectividad de los programas de extinción de incendios haya aumentado, hasta el punto de que más del 60 % de todos los incendios en España sean estabilizados y liquidados en áreas muy pequeñas (menos de 1 hectárea). 

En Canarias, la relativamente baja cantidad de siniestros, así como la concentración de zonas forestales en determinadas zonas del territorio, ha incidido tradicionalmente en que el porcentaje de conatos sea muy elevado. El 95% de los siniestros del archipiélago canario son menores de cinco hectáreas y suponen menos del 1% de la superficie afectada. La superficie forestal afectada es mínima, no llegando al 2%, y suelen afectar preferentemente a superficies arboladas.

Los grandes incendios forestales son cada vez más frecuentes en nuestro montes.


En Canarias, el año 2007 ha sido el peor del Siglo XXI, en el que se vio afectada más del 6% de la superficie forestal (35.758,62 ha) y casi el 16% de la superficie forestal arbolada (21.007,80 ha), como consecuencia de dos Grandes Incendios Forestales que afectaron a Tenerife y Gran Canaria. El 96% de la superficie afectada es como consecuencia de los GIF ocurridos en lo que llevamos de siglo.


La intervención en los primeros momentos de los incendios es fundamental para evitar su propagación. El 60% de las intervenciones en conatos se produce en los primeros 15 minutos. Y en los siguientes 30 minutos se interviene en el 45% de los incendios.

La mayor concentración de siniestros se da entre los meses de julio y septiembre, donde coinciden gran parte de los incendios. Fuera de estos meses se reducen notablemente los siniestros mayores de una hectárea.

Faja auxiliar cortafuegos.

Sin embargo, un pequeño porcentaje continúa escapando al ataque inicial, y estos incendios, que son extremadamente difíciles de controlar, representan casi toda el área quemada y la mayoría de los gastos de manejo de incendios en España.


Los grandes incendios forestales son pocos (una media de 23 al año en el último decenio), pero muy destructivosEn muy pocos siniestros se quema la mayor parte de la superficie forestal afectada cada año. Hace dos décadas, los GIF eran responsables del 27% de la superficie total afectada. Entre 2007 y 2016, ese porcentaje aumentó hasta el 37%. En 2016 el 50% de la superficie quemada lo hizo en un gran incendio forestal.

Tratamientos selvícolas para reducir la masa de combustible forestal. Isla de La Palma.


Algunos expertos, basándose en las experiencias de lucha contra el fuego en España y otras naciones similares, como Francia, Portugal, Grecia, Suecia, Chile, Estados Unidos o Canadá la lucha total contra el fuego, la represión parece estar llegando al límite de su efectividad económica y física.

Aquellos que trabajan estrechamente con el fuego ahora se dan cuenta de que no es económicamente posible (ni deseable desde el enfoque ecológico) eliminar por completo el fuego de nuestros ecosistemas forestales.

Mantenimiento y limpieza de cañadas y cortafuegos utilizando ganado vacuno.

Los grandes incendios forestales, los que superan la capacidad de extinción, no se extinguen poniendo más efectivos, ni más medios aéreos o terrestres, sino gestionando los bosques, impidiendo la continuidad del combustible forestal, como campos cultivados, zonas aradas, gestionar los montes disminuyendo la densidad de la vegetación, usando ganado para eliminar matorrales y mantener sendas y cañadas libres de vegetación. 


En las zonas habitadas, sobre todo en las rurales, eliminando herbazales y arbustos de los terrenos agrarios y manteniendo las viviendas con perímetros limpios de vegetación.

Lograr que nuestros montes alcancen un equilibrio entre biomasa, biodiversidad y aprovechamientos óptimos, pero respetuosos con el medio, es uno de los objetivos principales de las políticas de gestión forestal.

martes, 11 de septiembre de 2018

INCENDIOS FORESTALES: PANORAMA ACTUAL.



Una de las medidas que se están tomando en muchos de nuestros montes, para controlar la cantidad de combustible, es eliminarlo mediante la realización de quemas controladas o prescritas, de tal manera que se limiten los incendios futuros.

Otra de las medidas es plantar árboles que tengan resistencia al fuego. En Canarias, por ejemplo, tenemos el caso de los bosques termófilos, casi desaparecidos en la actualidad, pero que tienen la particularidad de que la mayor parte de sus especies son resistentes a los incendios forestales.

Los montes españoles están en gran medida abandonados. La falta de gestión y aprovechamientos es cada vez mayor por muy distintas causas.
Los bosques están acumulando biomasa combustible en exceso, lo cual favorece el desarrollo de grandes incendios, lo que junto a la especial problemática de la interfaz urbano-forestal, constituye el mayor riesgo de perturbaciones en el territorio forestal.

Altos de Granadilla tras el incendio forestal de la primavera de 2018. Este incendio afectó, sobre todo a los matorrales y vegetación arbustiva acompañante del pino.

Los primeros datos disponibles referidos al conjunto de superficie forestal en España se remontan a mediados del siglo XIX. En 1860 la superficie forestal se situaba en 32 millones de hectáreas, extremadamente degradadas, en donde solamente se consideraban arboladas 12 millones de ellas y se estimaba que el monte alto arbolado en buenas condiciones no superaba los 6 millones de hectáreas.

En 1940, tras la Guerra Civil, España alcanzó el nivel de menor superficie forestal de su historia: 24 millones de hectáreas (8 millones menos que en 1860).
De igual forma, la superficie arbolada alcanzó mínimos históricos (11,7 millones de hectáreas) de los que sólo 5 millones correspondían a monte alto y el resto correspondía a montes bajos, claros y extremadamente degradados.

Cerro de Albarracín, deforestada. Este era el panorama de muchos de nuestros montes tras la Guerra Civil.

Entre 1940 y 1970 continuó decreciendo la superficie forestal, aunque con menor intensidad que en los años anteriores, ya que comenzaron los planes de repoblación y se estabilizó la superficie forestal en torno a 25 millones de hectáreas.
Entre 1975 y 1995 se produjo un incremento de la superficie arbolada debido al masivo éxodo rural y a la intensificación de las explotaciones agrícolas, con el consiguiente abandono de terrenos agrícolas marginales y su forestación natural o planificada.

Finalmente, entre 1995 y 2010 se siguió incrementando la superficie de bosque con gran aceleración fruto principalmente de las políticas de Forestación de Tierras Agrarias (PAC) y de la regeneración natural.

La visión de esta evolución de la superficie de bosque se debe contemplar en paralelo a la evolución de los usos del suelo, ya que el incremento de bosque es complementario al decrecimiento de terrenos desarbolados, pastizales y superficie de cultivo agrícola. 

Trabajos de reforestación en los altos de Arico y Fasnia. La regeneración de los pinares en esta zona ha sido una línea de actuación importante en la politica forestal insular en los últimos veinticinco años.

El abandono del mundo rural es una de las causas principales del abandono de nuestros montes. Aunque los desbroces, las talas selectivas y las quemas prescritas, sirven para prevenir grandes incendios, y reducir el riesgo de fuegos muy graves, para poseer bosques que no sean propensos a los grandes incendios, es necesario tratar, no cientos de hectáreas, sino miles o decenas de miles de hectáreas, lo cual está fuera del alcance presupuestario y de capacidad de gestión de cualquiera de nuestras administraciones públicas.

Sin embargo, aunque la quema prescrita es un método rápido y económico de reducir el combustible en grandes zonas de nuestros montes, éste método se enfrenta con frecuencia a la resistencia de la opinión pública y las reticencias de numerosos colectivos, entre ellos numerosos usuarios de los montes.

Ejecución de una línea de defensa por la BRIFOR de Tenerife, durante el incendio de primavera de 2018, en Granadilla.

Otra de las intervenciones que también encuentra oposición es la de permitir el crecimiento de especies autóctonas menos vulnerable al fuego, aun cuando las zonas donde se repuebla con tales especies pertenece a su hábitat natural. Así fueron las discrepancias que se plantearon en muchos medios de prensa insulares cuando se abordó la eliminación de Pinus radiata (una especie forestal introducida) en el Norte de Tenerife, especialmente el La Orotava, Monte del Agua, Tegueste y Los Silos.

Sin embargo, tras las talas de esa especie exótica, el Monteverde ha ido recuperando poco a poco el territorio que le pertenece, no sin ayuda de la repoblación artificial. Se plantó viñátigo, acebiño, laurel, paloblanco, hija, aderno, madroño, naranjero salvajes, faya, sanguino y barbusano, todas ellas especies mucho más resistentes a los incendios forestales que el pino insigne. 

Regeneración del monteverde (brezos principalmente), tras la tala de las masas de Pinus radiata en el norte de Tenerife.
Dadas las incertidumbres sobre cómo el cambio climático, los ataques de plagas y otras tensiones afectarán a los bosques en las próximas décadas, es necesario compensar los daños causados por los incendios, mediante la plantación de especies siempre adecuadas al piso bioclimático. Ese enfoque ayudaría a hacer que los ecosistemas sean más resilientes.

Por otro lado, aunque es representado como una amenaza inmanejable que solo produce pérdidas y sufrimiento (y en gran medida esto es cierto), el fuego es, de hecho, esencial para mantener la salud, la estructura y la diversidad de la mayoría de los ecosistemas forestales.
Dada la naturaleza dicotómica de estas dos realidades, los políticos y técnicos, y los propietarios y gestores de montes, se enfrentan a un desafío desalentador al buscar formas de equilibrar los beneficios potenciales y los inconvenientes del fuego en un intento de garantizar la sostenibilidad ecológica, económica y social de nuestros bosques, de la industria forestal y de las comunidades que viven del monte.

España tiene algo más de 27 millones de hectáreas de superficie forestal, de los que casi 20 millones son árboles. Es el segundo país, por detrás de Suecia, con mayor superficie forestal total de Europa. Posee casi el doble que Francia y cerca del triple que Alemania.

España posee una superficie destinada preferentemente a la producción maderable de alrededor del 20%, algo más de 5 millones de hectáreas, mientras que la superficie incluida en áreas protegidas es de 2,5 millones de hectáreas.

Quemas controladas en el pinar, eliminando importantes cantidades de matorral.

Millones de españoles y turistas también usan los bosques para actividades recreativas, como el senderismo, la observación de aves, el ciclismo, la pesca y la caza, gastando cientos de  millones de euros anuales en actividades basadas en el turismo en la naturaleza.

Los bosques españoles no solo contienen miles de especies diferentes de plantas, animales e insectos, sino que también almacenan una porción considerable del carbono terrestre del mundo.

La mayoría de los bosques del mundo mediterráneo han evolucionado armoniosamente con el fuego desde que la vegetación comenzó a colonizar la tierra después del retiro glacial al final de la última edad de hielo, hace 10.000 a 15.000 años. 

Quemas controladas usando la antorcha de goteo. Sierra de Gádor.

Muchas especies se adaptan o dependen del fuego, que desempeña numerosas funciones en los ecosistemas forestales, incluida la composición de especies y la estructura de edad, regula los insectos y enfermedades forestales, afecta el ciclo de nutrientes y los flujos de energía, y mantiene la productividad, la diversidad y la estabilidad de diferentes hábitats.

Desde el año 1960 hasta 1990 se sucedían en España 5.144 siniestros anuales por término medio, lo que afectaba a una superficie total forestal de 146.523 hectáreas, de las cuales un 40,6% son hectáreas arboladas y el resto desarboladas.

Desde 1990 hasta 2010 se ha registrado un máximo de 25.557 incendios anuales, sucedidos en el año 1995. El promedio en esos veinte años fue de 17.864 incendios anuales.

Trabajos de eliminación de material quemado tras el incendio de 2012 en La Gomera. Adecuación de fajas junto a las carreteras. En primer plano se puede observar el rebrote de cepa de algunas especies.

La superficie forestal promedio afectada por incendios forestales en el mismo periodo fue de 139.775 hectáreas anuales, que desglosando según el tipo de superficie forestal es de 51.405 hectáreas de superficie arbolada y 88.370 hectáreas de superficie desarbolada.

El número medio de conatos (un conato es el incendio que afecta a menos de una hectárea) en esos mismos años fue de 10.694 casos.

Sin embargo, por culpa del cambio climático, también se espera que la actividad de incendios forestales aumente en muchas partes de España, especialmente en las zonas mediterránea e interior, debido a temporadas de incendios más largas, con veranos que duran hasta buena parte del otoño, mayor cantidad de combustible en los montes y condiciones de peligro de incendio más severas como resultado de un aumento en la frecuencia y severidad de sequía.

Estado del monteverde, años después, en el mismo lugar de la fotografia anterior.

sábado, 1 de septiembre de 2018

LA NUEVA GESTIÓN DE LOS INCENDIOS FORESTALES



En el mundo mediterráneo y subtropical, cuando los años son extraordinariamente secos, y las temperaturas se disparan muy por encima de lo normal, cualquier chispa puede encender un fuego. Las ráfagas de viento ya se encargarán de extender las llamas hacia las densas masas de matorrales y arboledas pirófitas que poseemos.

Es cuando se elevan las columnas de humo gris, cuando los incendios crecen en energía, impulsados por los vientos y su constante aporte de oxígeno, que pueden llegar a consumir hasta una hectárea cada tres segundos, en los casos más extremos.

Estadística de los Grandes Indendio forestales en Estados Unidos en los últimos treinta años. La tendencia al alza se reproduce en todo el planeta.

Desaparecen bosques y matorrales, y en muchos lugares, la intensidad del fuego es tal que tan solo quedan tocones carbonizados y tierra desnuda.
En el transcurso de los últimos treinta años, estos grandes incendios no son infrecuentes. Años tras año, en especial tras el cambio de siglo, aumentan en velocidad, extensión e intensidad. 

Los expertos en extinción y la comunidad científica que estudia los montes (ingenieros forestales, biólogos, ecólogos, ambientalistas, geógrafos), tras estudiar las zonas quemadas, observan nuevos procesos. 
El tamaño de las áreas quemadas por el fuego empequeñece los patrones de incendios pasados, a juzgar por los estudios de cicatrices de incendios, usando la dendrocronología (anillos de árboles). En algunos casos se apunta a que es posible que los montes no se recuperen, si no es con ayuda humana. 

El estudio de los anillos de crecimiento de los árboles, permite extraer datos sobre las perturbaciones sufridas por las masas boscosas en el pasado, incluidos los incendios forestales.
En toda la cuenca del Mediterráneo, desde Grecia a Portugal, pasando por Italia, Sur de Francia y España, los Grandes Incendios Forestales han aumentado significativamente en las últimas décadas, una tendencia que los científicos atribuyen tanto al calentamiento global, como a las sucesivas sequías, cada vez más intensas y largas, pero también a más de setenta años de lucha contra los incendios forestales y otras actividades humanas. 

Las fuerzas entrelazadas del fuego y el cambio climático llevarán a los ecosistemas a un nuevo escenario, no solo en el Mediterráneo, sino también en otras partes del mundo.
En el Levante español, por ejemplo, podría transformar gran parte del bosque de pino carrasco (Pinus halepensis) en tierra arbustiva. 

Pino carrasco (Pinus halepensis)

Lo cierto es que estamos perdiendo los bosques que surgieron de las repoblaciones de los años cuarenta. cincuenta, sesenta y setenta del Siglo XX. No es nada nuevo constatar que estamos ante nuevos y diferentes procesos  y aún no estamos seguros de hacia dónde vamos. 

Tras un incendio, sobre todo en el mundo subtropical, la adaptación de la vegetación a los incendios conlleva que muchas sean especies pirófitas, de fruto y/o semilla, como los pinos (Pinus halepensis) o las aliagas (Genista scorpius), pero también hay geófitos como los gladiolos (Gladiolus illyricus) o el rusco (Ruscus aculeatus) y numerosos caméfitos y fanerófitos como la coscoja (Quercus coccifera), el alcornoque (Quercus suber) o el palmito (Chamaerops humilis).
Hay especies que rebrotan a discreción, como el romero, que evitan la sequía, y están adaptadas a veranos secos mediante la reducción de la actividad fisiológica, y especialmente mediante la reducción de la superficie de transpiración. 

Rebrote de cepa de un brezo tras un incendio.
Estas especies solo comienzan a rebrotar después de las primeras lluvias de otoño/invierno. Por el contrario, hay especies que rebrotan de modo obligado, como el lentisco, ya que disponen de un sistema radical profundo y bien ramificado y pueden comenzar a rebrotar inmediatamente después del fuego y mantener un ritmo de crecimiento bastante intenso, al menos durante el primer y segundo año.

Sin embargo, durante el siglo XX, la política de apagar rápidamente los incendios ha permitido que se acumulen arbustos y árboles jóvenes en muchos bosques occidentales, por lo que tienden a arder más y menos irregularmente que antes.
Y durante la última década, la acumulación de períodos de sequía,  ha debilitado los árboles y los ha hecho vulnerables al ataque generalizado de escolítidos y bupréstidos, lo que ha provocado la muerte de cientos de pinos y especies similares. 

Antigua señal de tráfico que informaba del peligro de incendios forestales.

Muchos de los árboles muertos aún se mantienen en pie, y pueden servir como combustibles de escalera que transforman fuegos de superficie relativamente fríos en fuegos de copas cálidos y rápidos que saltan de la copa en copa de los árboles (antorcheo).
No es únicamente preocupante el tamaño de las zonas quemadas, sino las zonas contiguas, muchas de ellas afectadas por anteriores incendios y llenas de árboles muertos, tanto por culpa del fuego, como por las infestaciones de plagas y enfermedades.

Otro de los problemas añadidos por estos grandes incendios es que su intensidad es tal que dejan pocas fuentes de semillas, eliminan los suelos de nutrientes y aumentan la probabilidad de deslizamientos de tierra.
A su paso, la vegetación de cualquier tipo puede tener dificultades para echar raíces. Cuando los árboles y los arbustos vuelven a crecer, es probable que las temperaturas más cálidas de la región y los períodos de sequía más frecuentes favorezcan a las especies tolerantes al calor y la sequía. 

Al observar los anillos de los árboles, se ha podido evaluar cómo las sequías estresan los bosques mediterráneos y se pronostica que si las temperaturas aumentan según lo proyectado por los modelos climáticos, los árboles enfrentarán un mayor estrés por sequía en la primera mitad del siglo veintiuno que lo que han experimentado durante 1.000 años, lo que probablemente genere una transformación del ecosistema. 

Valle Gran Rey, tras el incendio de 2012. El fuego avanzó por el cauce del barranco, seco, y lleno de vegetación exótica, como los cañaverales, que ayudaron a su propagación.

La actividad humana ha transformado muchos de nuestros montes. De la expansión por reforestación de los pinares frente a otras especies mediterráneas, hasta la siembra de eucaliptos en zonas de encinares. Los arboles alóctonos, tanto las coníferas como los eucaliptos, arden con gran facilidad y son especies con alta pirocidad. 
Esto conduce, que, tras los incendios, las masas arboladas se empobrezcan en cuanto a biodiversidad, generándose montes monoespecíficos que son muy vulnerables a los incendios y que funcionan como propagador de los incendios. 

Los bosques mediterráneos suelen ser densos, no muy altos (10-15 metros) y con una mayor diversidad del estrato arbustivo que los bosques templados caducifolios con los que contactan. Las principales especies arbóreas esclerófilas de estos bosques pertenecen al género Quercus: Quercus ilex y Quercus rotundifolia (encina o carrasca), Quercus suber (alcornoque). 

Regeneración del pinar canario tras un incendio. Los bosques autóctonos responden mucho mejor a las perturbaciones sufridas por un incendio forestal.
Estos bosques suelen presentar un rico estrato de plantas trepadoras (Clematis, Lonicera, Rubia, Aristolochia) y, en las zonas más húmedas y templadas, son ricos en arbustos y arbolillos  con hojas de tipo lauroide, enteras, perennes y coriáceas (Arbutus, Viburnum, Myrtus, Phyllirea, Laurus, Prunus), lo que los relaciona con las laurisilvas subtropicales. 

Cuando se incrementa la humedad y bajan las temperaturas, los bosques  comienzan a ser dominados por robles caducifolios o semicaducifolios (las hojas se secan en invierno pero permanecen en las ramas) como Q. pyrenaica (roble melojo o rebollo),Q. faginea (quejigo).
En los climas mediterráneos, el tradicional bosque primario (encinares, pinos, arcornocales…) puede ser sustidos (habitualmente por acción humana) por otros paisajes a los que denominamos maquia o garriga.

La maquia (o maquis) es una formación arbustiva densa, a menudo impenetrable, de más de dos metros de altura (matorrales altos). Suele componerse de plantas con pocas necesidades de agua (esclerófilas) como la jara, el brezo, lentisco, la retama. Es más habitual en suelos silíceos. Es mucho más abundante que los bosques. Además de encinas, muchas veces arbustivas (carrascas o chaparras), son abundantes otras fagáceas esclerófilas como Quercus coccifera (coscoja). 
En las zonas más térmicas son también características otras leñosas perennifolias como Olea europaea (acebuche), Pistacia lentiscus (lentisco), Ceratonia siliqua (algarrobo) y la palmera arbustiva Chamaerops humilis (palmito). También suelen ser abundantes las cupresáceas (Juniperus, Cupressus) y grandes extensiones de estos matorrales pueden estar dominadas por pinos (Pinus halepensis, Pinus pinea).

Palmitos rebrotando tras un incendio forestal.

Debido a la gran y antigua degradación sufrida, muchos de estos matorrales se han transformado en la garriga, mucho menos densa, con matorrales más abiertos  y con zonas desnudas (es un grado mayor de deterioro u ocupa terrenos más áridos). Suele componerse de plantas aromáticas y con especies de menor altura: jaras (Cistus), salvia, madreselva, alucema (Salvia), romero (Rosmarinus), espliego y cantueso (Lavanda), retamas, bolina, aliaga (Genista), lino (Linum), tomillo (Thymus), junto a vegetación herbácea y pies de encinas o coscojas (chaparral).

En 1940, apenas finalizada la guerra civil y bajo la absoluta dictadura fascista, se ponía en marcha en España un Plan Nacional de Repoblación por el que se preveía la forestación de 5.679.000 hectáreas en el plazo de cien años.
Desde aquel año, y hasta 1972, el total repoblado ascendió a 2.658.700 hectáreas, lo que supuso alcanzar el 46% aproximadamente de la meta entonces fijada, en el intervalo de los 32 primeros años.
Sin embargo, se ocultaron otros cambios sucedidos en los bosques españoles, ya que las superficies de bosques autóctonos descendieron, puesto que durante esa misma época se talaban a mata rasa.
En definitiva, el balance fue ampliamente adverso para las masas forestales contempladas en su totalidad.

Preparación del terreno para las repoblaciones forestales en los años cincuenta del Siglo XX.

¿Cuáles han sido realmente los objetivos e intereses que han guiado las campañas de repoblación en España en los últimos 80 años? 
Parece evidente que la casi exclusiva preferencia en la repoblación por las especies de crecimiento rápido (pinos y eucaliptos),  que proporcionan en poco tiempo la materia prima necesaria para las industrias de la madera, y particularmente para la de la fabricación de pasta de papel, fueron los objetivos prioritarios y exclusivos.

La política forestal tampoco cambió sensiblemente con la llegada del Estado de las Autonomías, ya que se ha seguido primando los bosques productores frente a los bosques protectores, concentrando muchos medios y esfuerzos en ello, marginando claramente otros objetivos de orden social que deberían ser prioritarios, tales como la lucha contra la erosión y conservación de los valores naturales y ecológicos, patrimonio de todos los españoles.

El calentamiento climático global ha causado que muchas especies de plantas de montaña busquen mayores altitudes y escalen una media de 29 metros en altitud por década.

En las zonas montañosas (y buena parte del territorio forestal español es zona montañosa), el fuego puede favorecer un nuevo tipo de bosque. El calentamiento global hace que los incendios forestales sean más frecuentes y peligrosos. Actualmente en España se registran 20.000 incendios forestales al año. Las causas y soluciones de los mismos son muy variadas, sin embargo, no es coincidencia que la mayoría se registren la época estival. 

La escasez de agua y la sequedad de las plantas y árboles los convierte en combustibles perfectos ante el fuego. Con el cambio climático lloverá menos, las sequías serán continuas y por ello los incendios serán más frecuentes, peligrosos y extensos.

Amapola de California en los montes de Tenerife. Esta especie exótica ha sufrido una rápida expansión  en los últimos veinte años.

También predicen que el cambio climático y los incendios frecuentes desencadenarán la propagación de especies más resistentes y oportunistas, frente al decaimiento de otras especies, como Quercus ilex, Quercus suber, Pinus pinea, Abies alba, o Pinus sylvestris.
Se naturalizarán y extenderán especies exóticas termófilas a costa de especies nativas vulnerables, como la propagación de chumberas (Opuntia dillenii, Opuntia máxima y Opuntia stricta),  rabogato (Pennisetum setaceum) o amapola californiana en las zonas de cumbres (Eschscholzia californica). 

También se producirá una sustitución de especies: en los ecotonos altitudinales, habrá una migración altitudinal de especies, el pinsapo, el pino albar escalarán hasta Sierra Nevada; el pino negro hasta la Sierras de Güdar y Cebollera. Las formaciones boscosas relícticas como nuestra laurisilva canaria se harán más vulnerables.

El cambio climático y la recurrencia de incendios forestales, convertirán a la laurisilva en una formación forestal muy vulnerable a las perturbaciones.