miércoles, 2 de julio de 2014

¿DEBE DESAPARECER EL ANÁLISIS REGIONAL DE LA GEOGRAFÍA ACTUAL?

 



En el mundo contemporáneo existen grandes diferencias entre los territorios.
En las áreas urbanizadas existen hoy múltiples comunidades, cada una construida sobre un sentimiento específico de pertenencia. Para cada uno de estos grupos, el problema es crear o mantener centros simbólicos y lugares de encuentro con el fin de mantener viva la identidad y también para afirmar su presencia ante otras comunidades.

Hay un nuevo significado de los espacios públicos: tienen que proporcionar a cada grupo la oportunidad de expresar su identidad; es una manera para ellos para asegurarse de que sean aceptados por los demás. Esta evolución del espacio  urbano, propicia, en numerosas ocasiones, situaciones de conflicto.

Gracias a las nuevas formas que adopta el enfoque regional, es más fácil entender la naturaleza misma del espacio moderno, con muchos grupos que coexisten dentro de la misma áreas y compitiendo simbólicamente por el reconocimiento (curiosamente, estas minorías siempre pretenden conseguir el reconocimiento de la mayoría, desdeñando en múltiples ocasiones a otras minorías).





Tras el análisis regional, hay una idea simple: la distancia juega un papel clave en la vida social. 
Poco nos afectan sucesos que se producen lejos. Los españoles no sentíamos racismo hacía minorías que hace treinta años eran prácticamente desconocidas, pero sí hacia las minorías presentes, como el pueblo gitano.

Los avances en el transporte y los medios de comunicación han reducido la influencia de la distancia: el juego de escalas ha cambiado; las ventajas de los lugares centrales son menores que en el pasado; las identidades están menos ligados a la puesta en común de un territorio continuo (la región o  el país). 

Pero el cuestionamiento del enfoque regional es ahora más claro que cuando lo criticaron Sauer o Schaefer, ya que se ha abierto una brecha mayor entre el espacio como objeto de investigación y sus formas de representación. De los textos y las imágenes, hemos pasado a sistemas de información geográfica complejos que aglutinan, por si solos, la imagen y su análisis, incluso la síntesis de la investigación.



Muchos de los textos regionales clásicos y las imágenes que los acompañaban, obedecían a una estructura mental dominante: las dictaduras y el poder político usaron la geografía regional para crear la conciencia nacional, uniforme y obediente. Los textos, las imágenes se vinculan al espacio como si fuera algo natural. La realidad era que los textos se daban previamente, se representaban sabiendo que eran signos unidos artificialmente a la realidad (el caso de Canarias es claro y aún pervive: el mapa de las islas, con un camello, una maga de La Orotava y una piña de plátanos, una strelitzia, que llegamos a creer que era una flor canaria, o la cabina del teleférico del Teide en llamativos colores).

El postestructuralismo ha luchado por romper esta íntima relación entre geografía regional y poder, entre geografía y educación.  
La forma de poder social que interviene en estos procesos es la hegemonía: textos regionales e imágenes que hacen coherente la relación entre ciertas personas y ciertos espacios y a través de los discursos políticos se normalizan demarcaciones privadas y públicas del espacio.


Como resultado, la diferenciación entre la geografía y otras ciencias sociales tiene que desaparecer, apareciendo otra disciplina que esté acorde con las nuevas sensibilidades y las concepciones, sustituyendo a la geografía regional clásica que cumplió la misión de explorar los límites de las regiones, al servicio de una sociedad que ha desparecido.

Nuestros barrios y calles, nuestros campos y costas, las relaciones de género, las relaciones con nuestro medio ambiente, las relaciones de clase, nuestros mapas, nuestra tecnología, y nuestro tiempo-espacio, nuestras rutinas diarias, semanales, mensuales y estacionales, han acentuado las yuxtaposiciones espacio-temporales, hasta el punto que el clásico análisis de correlación ya no es sostenible. 


Las fragmentaciones y flujos simultáneos puestos en marcha por la globalización del capital y la cultura han socavado las definiciones antaño convincentes del espacio. Todos los cambios ocurridos en la geografía y las ciencias humanas desde la Ilustración no alteraron lo esencial, es decir, el papel de la geografía como una tecnología del poder. 

La sociedad esperó hasta la última generación para un cambio revolucionario en la disciplina: debido a la fuerza del poder social como oposición a cualquier geo-poder o hegemonía unilateral, basado en el aumento de las actitudes críticas posmodernistas, postcoloniales y postestructuralistas, se produce un profundo cambio en la epistemología de la geografía.

En esta perspectiva, el enfoque regional es condenado a causa de sus vínculos con las formas de poder, que encierra a la gente en los lugares y clases sociales.  Sallie A. Marston  en “Human geography without scale” (Transactions of the Institute of British Geographers) de Diciembre de 2005, desarrolló la idea de una geografía humana sin escala, criticando la dominante y jerárquica concepción de la escala, argumentando que presenta una serie de problemas que no se pueden superar simplemente añadiendo la integración con la teoría de redes. 





 A modo de conclusión.
Desde la década de 1970, las reflexiones sobre la idea de la región se han caracterizado por la coexistencia de dos enfoques:
  • El clásico, con su énfasis en la realidad objetiva y el papel de los derechos económicos fuerzas en la configuración del espacio
  • El espacio vivido, con su interés por las imágenes, representaciones, muestras, símbolos, afectividad y significado.

Hoy parece que los dos enfoques comparten un objetivo común: ¿cómo explicar la construcción social del espacio? En el pasado, los geógrafos insistieron principalmente en el papel de las condiciones ecológicas, la infraestructura y las actividades económicas. Hoy en día, también están interesados ​​en superestructuras ideológicas, narraciones, representaciones e imágenes.



En momentos en que el progreso técnico, el aumento de la movilidad y del uso de Internet están eliminando la mayor parte de las formas tradicionales de diferenciación material sobre la superficie terrestre, el significado de las identidades está creciendo. 
Esta evolución impide completar la uniformización de los paisajes. Se generan estructuras más complejas, con texturas superpuestas de calles, barrios, ciudades, países, islas y archipiélagos emergentes. 


Sometida a la presión unificadora, la gente reacciona exaltando lo que los diferencia de los demás. La voluntad de ser reconocido genera territorialidades más conflictivas.
En cuanto al estudio científico de las sociedades humanas, el enfoque regional ya no aparece como una etapa que vendría después de todos los demás de modo facultativo. Debe ser utilizado desde el principio. Todos los seres humanos no adoptan y viven su cultura del mismo modo. No comparten la misma experiencia de lo que los une o los distingue de los demás. 

Estas diferencias se derivan de la diversidad de las trayectorias seguidas por las personas durante toda su vida, desde la forma en que reciben, adaptan y transforman su cultura, y desde el papel jugado en la mayoría de los casos por un entorno profundamente humanizado. 

La sociedad no es nunca un resumen de la realidad; existe tanto en el nivel material como en el simbólico y no puede entenderse sin tener en cuenta sus dimensiones geográficas.