jueves, 2 de junio de 2022

Reconectando investigación y docencia en las Ciencias Sociales.


INTRODUCCIÓN.

Una de las circunstancias que más me ha llamado la atención desde que soy docente, es la aparente fisura y distancia que existe entre la didáctica y las vivencias formativas que se experimentan cuando uno es alumno de enseñanza secundaria y bachillerato o cuando uno es alumno universitario o estudios superiores.

En la Universidad, los profesores son también investigadores, y eso se deja sentir en todos los ámbitos. A veces, esto hace que los profesores de secundaria perciban su relación con los profesores universitarios con un cierto sentimiento de inferioridad, sin caer en la cuenta de que ambos fuimos formados en el mismo centro superior, con los mismos profesores, y sin grandes diferencias académicas.

También solemos olvidar muchas carencias didácticas de la educación superior, sin una organización de políticas y recursos de apoyo efectivo a la docencia, con profesores que no saben enseñar, o profesores inmovilistas que no quieren aprender a enseñar, asuntos que se plasman en la existencia de graves problemáticas pedagógicas propias de la Universidad (de las que no toca hablar aquí y ahora). 

 

No obstante, seguimos identificando las universidades con la investigación avanzada, lo que es una garantía de método científico, sabiduría y especialización, incluso en la docencia.

Y seguimos identificando a la enseñanza de la Geografía e Historia en los institutos, con una adaptación absoluta del currículo, reduccionista y simplista, con  conocimientos muy básicos, porque es necesario transmitirlos a un público más joven y menos interesado.

Por eso, siempre parece tan grande el salto que se da del Instituto a la Universidad (mucho mayor que del Colegio al Instituto), porque la docencia en el nivel secundario parece estar absolutamente desligada del mundo de la investigación. Y quizás, en otro tiempo, sí era así.

 

La enseñanza es un proceso absoluto, un totalizador social, una experiencia vital, que en su conjunto debe basarse en la conexión fundamental entre el conocimiento que un docente transmite a sus alumnos y el desarrollo práctico de la investigación.

En un momento en el que los planes de estudio, el currículo de las diferentes etapas educativas, la agrupación de materias y los horarios escolares son objeto de un intenso debate, no solo en el sector de la educación, sino en toda la sociedad española en su conjunto (especialmente en la esfera política y administrativa), la cuestión de qué significado tiene actualmente enseñar Historia y Geografía es fundamental.

Además, en los últimos años, fruto de un extremista discurso utilitarista cada vez más extendido, se ataca continuamente a las Humanidades y a las Ciencias Sociales. Estos ataques han obtenido sus frutos y la situación de estas disciplinas (Historia, Arte, Geografía, Periodismo, Filología, Filosofía, Antropología…), y su papel en la educación de los estudiantes, está cada vez más erosionada.

 

La Geografía y la Historia están quedando relegadas a una transmisión de conocimientos interconectados por la (debatida) existencia de una memoria colectiva, cada vez más cambiante, y que algunos pregonan que no existe.

Este discurso tiene sus raíces en una concepción reduccionista del conocimiento histórico y geográfico, que debe ser replicada por parte de las ciencias sociales, como ciencias impulsoras del espíritu crítico.

A este panorama se añade la escasa conexión entre la investigación y la docencia, que contribuye a ofrecer al alumnado una panorama desactualizado, por lo que los cientos de mitos y leyendas que pululan por ahí sobre nuestro devenir histórico y los procesos geográficos, perduran en el ideario colectivo, aunque hayan sido refutados por la ciencia desde hace tiempo. Estas ideas no actualizadas dan motivos a los críticos que dudan del valor de ambas materias en las enseñanzas medias.


No debemos permitir que nuestras disciplinas se queden en la transmisión de hechos, sin fomentar el espíritu crítico, sin asentar los principios de ciudadanía, sin apuntalar la convivencia democrática.

Para que todo esto ocurra, es perentorio mejorar y adaptar la pedagogía y la didáctica a un público joven generalmente poco receptivos al material que se les presenta.

Esta adaptación debe relacionar investigación y educación en Historia y Geografía hasta el punto de mejorar el método educativo. La enseñanza desconectada de la investigación, (es decir, ciñéndonos estrictamente a programas y libros de texto) presenta unos límites que, en el mundo postindustrial informatizado interconectado por redes sociales globales, con alumnado que accede desde cualquier dispositivo móvil a casi todo el conocimiento humano, nos plantearía una pérdida de credibilidad que puede resentir la práctica docente.

LA NECESARIA RECONEXIÓN

El vínculo entre la investigación y la docencia, junto con las concepciones del conocimiento histórico y geográfico, se forja principalmente durante el paso de los estudiantes por la Universidad, cuando nos preparamos en nuestra carrera, construyendo una percepción específica de nuestra ciencia, de su epistemología, de su cuerpo científico, de su metodología.

En este sentido, la educación superior a veces esconde una perversidad inherente a toda Universidad: permite a los estudiantes desarrollar su mente crítica a través de la investigación, pero puede afectar negativamente a la imagen de la preparación de los docentes de secundaria, al producir una fascinación por la especialización y la erudición.

Muchos opositores jóvenes se quejan de que hay una desconexión patente entre los temarios de las oposiciones y las últimas tendencias del saber universitario, por lo que encuentran el sistema vetusto.

Otra de las desconexiones que se manifiesta es la dificultad que existe en Secundaria y Bachillerato para permitir que los estudiantes adquieran, en un entorno favorecedor, una ética de trabajo rigurosa y una cultura general amplia, con métodos de aprendizaje específicos, que les permita asentar hábitos de trabajo y, en general, puedan desarrollar su capacidad de adaptación ante el fracaso.

 

Estas habilidades que acabo de citar, son herramientas fundamentales en cualquier estudiante, a cualquier nivel, pero tienen poca relación con el núcleo programático de la Geografía y la Historia como materias, por lo no existe un hueco específico para ellas en el temario.

Sólo a nivel universitario los estudiantes se familiarizan con los elementos cruciales de la profesión: la búsqueda y segregación de las fuentes de información fiables, la  metodología de la investigación, la elaboración de informes y documentos de salida en diferentes formatos y niveles de comunicación, la capacidad de disertación…

El manejo de las fuentes, tanto secundarias (bibliografía, mapas, documentos estadísticos) como primarias (documentos históricos, las excavaciones, la observación de campo) ayudan a desarrollar un enfoque crítico basado en la lectura de fuentes primarias y una perspectiva historiográfica.

Esto sirve para establecer la relación del conocimiento formado con su modelo de construcción (y, claro está con una metodología, unas herramientas y una base teórica), llegando a la conclusión de que el conocimiento histórico o geográfico, no es una simple  técnica retórica repetitiva, sino todo un proceso intelectual.