viernes, 29 de septiembre de 2017

Suelos y cambio climático.



Los suelos que recubren la superficie terrestre, a modo de envoltorio de unos pocos centímetros de espesor, son un elemento substancial del Geosistema, muchas veces olvidados frente a elementos más visibles, como la vegetación, o el océano.
Es el segundo sumidero de dióxido de carbono, después de los océanos y, si son suelos muy estables, el carbono permanece atrapado allí mucho tiempo.
Dependiendo de la región, el cambio climático podría influir en un mayor almacenamiento de carbono en las plantas y el suelo, debido al crecimiento de la vegetación y la estabilización de los suelos, o, por el contrario, más carbono liberado en la atmosfera, por culpa de la deforestación y erosión del suelo.
El restablecimiento de los ecosistemas primigenios es clave para el mantenimiento de los suelos y el uso sostenible de la tierra en las zonas urbanas y rurales (agrícolas, ganaderas, silvícolas), pueden ayudarnos a mitigar y adaptarnos al cambio climático.

El cambio climático está generando gran cantidad de escenarios nuevos, que obligan a la adaptación de los sistemas agrarios o a su desaparición.

El cambio climático se ve a menudo como algo que ocurre en la atmósfera. Después de todo, cuando las plantas efectúan la fotosíntesis, extraen carbono de la atmósfera y lo fijan en sus tejidos. Pero el carbono atmosférico también afecta al suelo, porque el carbono que no se utiliza para el crecimiento de las partes aéreas de las plantas se distribuye a través de sus raíces, que depositan carbono en el suelo.
Si no se altera, este carbono puede estabilizarse y permanecer encerrado durante miles de años. Los suelos sanos pueden así mitigar el cambio climático. 

Los robledales son bosques muy antiguos, con suelos estabilizados que retienen grandes cantidades de carbono.
  
Cuando se trata de almacenamiento de carbono, no todos los suelos son iguales. Los suelos más ricos en carbono son las turberas, que se encuentran principalmente en el norte de Europa, Reino Unido e Irlanda.
Los bosques continentales templados, en especial los robledales, hayedos y castañares de gran antigüedad, junto con abedules, álamos y arces  también son importantes reservorios de carbono orgánico en el suelo.
Los suelos de praderas, pampas y estepas almacenan una gran cantidad de carbono por hectárea, debido a la importancia de la rizosfera y ala gran actividad de las lombrices de tierra.
Por el contrario, el suelo en zonas cálidas y secas del sur de Europa contiene menos carbono, debido a la menor cantidad de lluvias, el régimen torrencial de las mismas, la vegetación más rala y escasa, la baja humedad y el intenso calor, así como la gran insolación.


El mantenimiento de la agricultura en terrazas, sobre todo en el mundo mediteráneo y en los ecosistemas insulares muy abruptos, contribuye a la conservación de los suelos. Policultivos en bancales de viña y hortalizas. Altos de Arafo.


Sin embargo, los efectos del cambio climático están teniendo consecuencias en la evolución de los suelos, sometiéndolos a estrés.
En algunas partes de Europa, las temperaturas más altas pueden conducir a un mayor crecimiento de la vegetación y más carbono almacenado en el suelo.
Sin embargo, si las temperaturas siguen aumentando, los procesos de descomposición y de mineralización de la materia orgánica en el suelo se acelerarían, reduciendo el contenido de carbono orgánico. 

El policultivo y el mantenimiento de cierta cantidad de herbáceas sobre el suelo, contribuye a fijar carbono y a mejorar la fertilidad de los suelos.

En las zonas de turbera, el aumento de las temperaturas y el eventual cese de lluvias, evitan que la materia orgánica que contiene carbono en turberas estables se descomponga debido a los bajos niveles de oxígeno en el agua. Si estas áreas se secan, la materia orgánica se descompone  rápidamente (o lo que es peor, puede entrar en combustión, como ha ocurrido en las Tablas de Daimiel), liberando dióxido de carbono (CO2) a la atmósfera.
Ya hay signos de que el contenido de humedad del suelo está siendo afectado por el aumento de las temperaturas y los cambios en los patrones de precipitación. Y las proyecciones futuras muestran que esto puede continuar, con un cambio general en la humedad del suelo durante la mayor parte de Europa durante el período de 2021 a 2050, incluyendo disminuciones significativas en la región mediterránea y algunos aumentos en el noreste de Europa. 


Incendio de las turberas de las Tablas de Daimiel durante 2009. Estos incendios de subbsuelo, generados por la ausencia de humedad en la turba y las altas temperaturas, degradan los suelos y generan inmensas cantidades de dióxido de carbono que son liberadas de golpe a la atmósfera

La creciente concentración de dióxido de carbono en nuestra atmósfera puede hacer que los microbios en el suelo trabajen más rápido para descomponer la materia orgánica, liberando potencialmente más dióxido de carbono.
Se espera que la liberación de gases de efecto invernadero del suelo sea particularmente importante en el extremo norte de Europa y Rusia, donde el derretimiento del permafrost puede liberar grandes cantidades de metano, un gas de efecto invernadero mucho más potente que el dióxido de carbono. 


Aún no está claro cuál será el efecto general, ya que las diferentes regiones absorben y emiten diferentes niveles de gases de efecto invernadero. Pero existe un riesgo claro de que el calentamiento del clima fuerce a los suelos a liberar más gases de efecto invernadero, lo que puede calentar aún más el planeta en un círculo de auto-refuerzo.
El cambio climático no es lo único que amenaza a los suelos con transmutar desde sumideros de carbono hasta fuente de emisiones. Los modos de uso de la tierra, en especial las agrícolas y ganaderas también pueden influir en la cantidad de carbono que el suelo puede contener. 

La rotacion de cultivos a varias hojas contribuye a frenar la erosión y a mantener las reservas de carbono en el suelo.

En la actualidad, el stock de carbono de los bosques europeos está creciendo, debido a los cambios en la gestión forestal, las repoblaciones y los nuevos procesos ambientales.
Aproximadamente la mitad de ese stock de carbono se almacena en suelos forestales. Sin embargo, cuando los bosques se degradan, se incendian o se talan, su carbono almacenado es liberado de nuevo a la atmósfera. En este caso, los bosques pueden convertirse en contribuyentes netos de carbono a la atmósfera.
En las tierras agrícolas, se sabe que el arado del suelo acelera la descomposición y la mineralización de la materia orgánica. Con el fin de mantener el carbono y los nutrientes en el suelo, los investigadores sugieren seguir las siguientes pautas:


  • La reducción de labranza, perturbando mecánicamente el suelo lo mínimo posible,  aumentando la agrobiodiversidad y fomentando los procesos biológicos naturales encima y debajo de la superficie del suelo.
  • La agricultura con rotaciones de cultivos complejos, utilizando los llamados "cultivos de cobertura". Plantas como las leguminosas o algunas crucíferas, aumentan la fertilidad del suelo y mejoran la estructura del suelo, rompiendo las capas compactadas y las capas duras.
  • Dejar los residuos de cultivo en la superficie del suelo, antes y durante las operaciones de siembra puede ayudar a proteger contra el riesgo de erosión del suelo. Al mantener el suelo cubierto y sembrando encima del "mulch" se protege el suelo y se mejora el ambiente de crecimiento del cultivo.


El mulching o acolchado disminuye la necesidad de laboreo del suelo. protege de la erosión y mejora la relación de carbono del suelo.

Tal protección es esencial dado que la formación de unos pocos centímetros de suelo puede tardar miles de años. La labranza reducida implica menos rotura y degradación del suelo. Sin embargo, algunos métodos de escasa labranza (hidropónico, fertirrigación) suelen estar asociados con un mayor uso de fertilizantes químicos, lo que puede tener otros efectos negativos sobre el medio ambiente.
Del mismo modo, debido a que la agricultura orgánica utiliza insumos de estiércol o compost, puede actuar a gran profundidad bajo la superficie del suelo y reconstruir el carbono orgánico del suelo. 

Dejar restos de cultivos y de poda triturados sobre la tierra, tras las cosechas, mejora la cobertura del mismo y favorece la absorción de carbono por parte del suelo.
 
La agricultura orgánica tiene el beneficio añadido de reducir los gases de efecto invernadero porque no utiliza fertilizantes químicos. La FAO calcula que las emisiones de CO2  por hectárea de los sistemas de agricultura orgánica son entre un 48% y un 66% inferiores a las de la agricultura convencional.
Aunque algunas formas de producción de biocombustibles pueden reducir el carbono almacenado en el suelo, algunos estudios recientes han demostrado que los biocombustibles hechos a partir de residuos de maíz pueden aumentar globalmente las emisiones de gases de efecto invernadero, porque toda la materia orgánica se quema como combustible y no se devuelve al suelo.
En general, la adopción de prácticas agrícolas y forestales adecuadas ofrece un enorme potencial para restaurar el suelo y eliminar el CO2 de la atmósfera.