martes, 11 de septiembre de 2018

INCENDIOS FORESTALES: PANORAMA ACTUAL.



Una de las medidas que se están tomando en muchos de nuestros montes, para controlar la cantidad de combustible, es eliminarlo mediante la realización de quemas controladas o prescritas, de tal manera que se limiten los incendios futuros.

Otra de las medidas es plantar árboles que tengan resistencia al fuego. En Canarias, por ejemplo, tenemos el caso de los bosques termófilos, casi desaparecidos en la actualidad, pero que tienen la particularidad de que la mayor parte de sus especies son resistentes a los incendios forestales.

Los montes españoles están en gran medida abandonados. La falta de gestión y aprovechamientos es cada vez mayor por muy distintas causas.
Los bosques están acumulando biomasa combustible en exceso, lo cual favorece el desarrollo de grandes incendios, lo que junto a la especial problemática de la interfaz urbano-forestal, constituye el mayor riesgo de perturbaciones en el territorio forestal.

Altos de Granadilla tras el incendio forestal de la primavera de 2018. Este incendio afectó, sobre todo a los matorrales y vegetación arbustiva acompañante del pino.

Los primeros datos disponibles referidos al conjunto de superficie forestal en España se remontan a mediados del siglo XIX. En 1860 la superficie forestal se situaba en 32 millones de hectáreas, extremadamente degradadas, en donde solamente se consideraban arboladas 12 millones de ellas y se estimaba que el monte alto arbolado en buenas condiciones no superaba los 6 millones de hectáreas.

En 1940, tras la Guerra Civil, España alcanzó el nivel de menor superficie forestal de su historia: 24 millones de hectáreas (8 millones menos que en 1860).
De igual forma, la superficie arbolada alcanzó mínimos históricos (11,7 millones de hectáreas) de los que sólo 5 millones correspondían a monte alto y el resto correspondía a montes bajos, claros y extremadamente degradados.

Cerro de Albarracín, deforestada. Este era el panorama de muchos de nuestros montes tras la Guerra Civil.

Entre 1940 y 1970 continuó decreciendo la superficie forestal, aunque con menor intensidad que en los años anteriores, ya que comenzaron los planes de repoblación y se estabilizó la superficie forestal en torno a 25 millones de hectáreas.
Entre 1975 y 1995 se produjo un incremento de la superficie arbolada debido al masivo éxodo rural y a la intensificación de las explotaciones agrícolas, con el consiguiente abandono de terrenos agrícolas marginales y su forestación natural o planificada.

Finalmente, entre 1995 y 2010 se siguió incrementando la superficie de bosque con gran aceleración fruto principalmente de las políticas de Forestación de Tierras Agrarias (PAC) y de la regeneración natural.

La visión de esta evolución de la superficie de bosque se debe contemplar en paralelo a la evolución de los usos del suelo, ya que el incremento de bosque es complementario al decrecimiento de terrenos desarbolados, pastizales y superficie de cultivo agrícola. 

Trabajos de reforestación en los altos de Arico y Fasnia. La regeneración de los pinares en esta zona ha sido una línea de actuación importante en la politica forestal insular en los últimos veinticinco años.

El abandono del mundo rural es una de las causas principales del abandono de nuestros montes. Aunque los desbroces, las talas selectivas y las quemas prescritas, sirven para prevenir grandes incendios, y reducir el riesgo de fuegos muy graves, para poseer bosques que no sean propensos a los grandes incendios, es necesario tratar, no cientos de hectáreas, sino miles o decenas de miles de hectáreas, lo cual está fuera del alcance presupuestario y de capacidad de gestión de cualquiera de nuestras administraciones públicas.

Sin embargo, aunque la quema prescrita es un método rápido y económico de reducir el combustible en grandes zonas de nuestros montes, éste método se enfrenta con frecuencia a la resistencia de la opinión pública y las reticencias de numerosos colectivos, entre ellos numerosos usuarios de los montes.

Ejecución de una línea de defensa por la BRIFOR de Tenerife, durante el incendio de primavera de 2018, en Granadilla.

Otra de las intervenciones que también encuentra oposición es la de permitir el crecimiento de especies autóctonas menos vulnerable al fuego, aun cuando las zonas donde se repuebla con tales especies pertenece a su hábitat natural. Así fueron las discrepancias que se plantearon en muchos medios de prensa insulares cuando se abordó la eliminación de Pinus radiata (una especie forestal introducida) en el Norte de Tenerife, especialmente el La Orotava, Monte del Agua, Tegueste y Los Silos.

Sin embargo, tras las talas de esa especie exótica, el Monteverde ha ido recuperando poco a poco el territorio que le pertenece, no sin ayuda de la repoblación artificial. Se plantó viñátigo, acebiño, laurel, paloblanco, hija, aderno, madroño, naranjero salvajes, faya, sanguino y barbusano, todas ellas especies mucho más resistentes a los incendios forestales que el pino insigne. 

Regeneración del monteverde (brezos principalmente), tras la tala de las masas de Pinus radiata en el norte de Tenerife.
Dadas las incertidumbres sobre cómo el cambio climático, los ataques de plagas y otras tensiones afectarán a los bosques en las próximas décadas, es necesario compensar los daños causados por los incendios, mediante la plantación de especies siempre adecuadas al piso bioclimático. Ese enfoque ayudaría a hacer que los ecosistemas sean más resilientes.

Por otro lado, aunque es representado como una amenaza inmanejable que solo produce pérdidas y sufrimiento (y en gran medida esto es cierto), el fuego es, de hecho, esencial para mantener la salud, la estructura y la diversidad de la mayoría de los ecosistemas forestales.
Dada la naturaleza dicotómica de estas dos realidades, los políticos y técnicos, y los propietarios y gestores de montes, se enfrentan a un desafío desalentador al buscar formas de equilibrar los beneficios potenciales y los inconvenientes del fuego en un intento de garantizar la sostenibilidad ecológica, económica y social de nuestros bosques, de la industria forestal y de las comunidades que viven del monte.

España tiene algo más de 27 millones de hectáreas de superficie forestal, de los que casi 20 millones son árboles. Es el segundo país, por detrás de Suecia, con mayor superficie forestal total de Europa. Posee casi el doble que Francia y cerca del triple que Alemania.

España posee una superficie destinada preferentemente a la producción maderable de alrededor del 20%, algo más de 5 millones de hectáreas, mientras que la superficie incluida en áreas protegidas es de 2,5 millones de hectáreas.

Quemas controladas en el pinar, eliminando importantes cantidades de matorral.

Millones de españoles y turistas también usan los bosques para actividades recreativas, como el senderismo, la observación de aves, el ciclismo, la pesca y la caza, gastando cientos de  millones de euros anuales en actividades basadas en el turismo en la naturaleza.

Los bosques españoles no solo contienen miles de especies diferentes de plantas, animales e insectos, sino que también almacenan una porción considerable del carbono terrestre del mundo.

La mayoría de los bosques del mundo mediterráneo han evolucionado armoniosamente con el fuego desde que la vegetación comenzó a colonizar la tierra después del retiro glacial al final de la última edad de hielo, hace 10.000 a 15.000 años. 

Quemas controladas usando la antorcha de goteo. Sierra de Gádor.

Muchas especies se adaptan o dependen del fuego, que desempeña numerosas funciones en los ecosistemas forestales, incluida la composición de especies y la estructura de edad, regula los insectos y enfermedades forestales, afecta el ciclo de nutrientes y los flujos de energía, y mantiene la productividad, la diversidad y la estabilidad de diferentes hábitats.

Desde el año 1960 hasta 1990 se sucedían en España 5.144 siniestros anuales por término medio, lo que afectaba a una superficie total forestal de 146.523 hectáreas, de las cuales un 40,6% son hectáreas arboladas y el resto desarboladas.

Desde 1990 hasta 2010 se ha registrado un máximo de 25.557 incendios anuales, sucedidos en el año 1995. El promedio en esos veinte años fue de 17.864 incendios anuales.

Trabajos de eliminación de material quemado tras el incendio de 2012 en La Gomera. Adecuación de fajas junto a las carreteras. En primer plano se puede observar el rebrote de cepa de algunas especies.

La superficie forestal promedio afectada por incendios forestales en el mismo periodo fue de 139.775 hectáreas anuales, que desglosando según el tipo de superficie forestal es de 51.405 hectáreas de superficie arbolada y 88.370 hectáreas de superficie desarbolada.

El número medio de conatos (un conato es el incendio que afecta a menos de una hectárea) en esos mismos años fue de 10.694 casos.

Sin embargo, por culpa del cambio climático, también se espera que la actividad de incendios forestales aumente en muchas partes de España, especialmente en las zonas mediterránea e interior, debido a temporadas de incendios más largas, con veranos que duran hasta buena parte del otoño, mayor cantidad de combustible en los montes y condiciones de peligro de incendio más severas como resultado de un aumento en la frecuencia y severidad de sequía.

Estado del monteverde, años después, en el mismo lugar de la fotografia anterior.

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