lunes, 18 de noviembre de 2013

Valle de Las Higueras



Todos tenemos un territorio en la memoria donde nos sentimos felices y seguros. Es nuestra particular Arcadia, nuestro Sangri-La, donde nunca envejecemos, somos protagonistas de nuestra vida y sentimos que las cosas que hacemos son realmente importantes.

Para algunos es el Instituto, para otros la Universidad, su primera novia, el primer trabajo, o incluso el servicio militar (para los que lo hicieron). 

Para mi abuelo fueron sus años de juventud cuidando cabras en los montes de Arafo, en aquellos convulsos pero esperanzados años de la Segunda República Española, cuando los cabreros aprendían a leer, asistían a las reuniones de los casinos y pensaron, que, por fin habían dejado de ser los parias de la Tierra, los esclavos sin pan.
Luego llegó la pesadilla de la Guerra Civil, y el fantasma que se abatió en forma de los duros años de la Postguerra. Y cuando el ambiente se hizo irrespirable, y el hambre dramática, mi abuelo emigró a Venezuela.
Pero siempre recordó aquellos años de su adolescencia y juventud con gran cariño. Decía que en aquellos años aprendió todo lo que merece aprenderse, en la escuela, con las cabras, en las viñas y en las bodegas.

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