En la actualidad hay mucha gente que piensa que ya no es tan necesario leer como antes. Internet, el teléfono móvil multiusos, y sobre todo la televisión, han acaparado muchas de las funciones que antiguamente cumplía la imprenta, al igual que el vídeo, el cómic y la animación ha acaparado ciertas funciones que antes cumplían la pintura y otras artes gráficas.
Quizá sepamos más sobre el mundo que antes, y en la medida en que el conocimiento constituye un requisito de la comprensión, nos parece algo excelente, pero en realidad este requisito no tiene el alcance que se le suele atribuir.
No es necesario saberlo todo acerca de un tema para aprehenderlo. En la actualidad vivimos inundados de hechos, de datos, de noticias al segundo, en detrimento de la comprensión, de la reflexión.
Una de las razones de esta situación consiste en que los medios de comunicación están concebidos de tal modo que pensar parezca innecesario. Al televidente, al radioyente o al al cibernauta, se le ofrece todo un conjunto de elementos con el fin de facilitarle la formación de una opinión propia con el mínimo esfuerzo.
Pero a veces esa presentación se efectúa con tal eficacia que el espectador, el oyente, el lector, el cibernauta, no se forma en absoluto una opinión propia, sino que, por el contrario, adquiere una opinión preconcebida que se inserta en su cerebro, como un programa informático que se autoejecuta.
Cuando alguien toca ese tema, el cerebro reproduce esa opinión en el momento que le resulta conveniente. Y, por consiguiente, ha actuado de forma aceptable sin necesidad de pensar.
Pero a veces esa presentación se efectúa con tal eficacia que el espectador, el oyente, el lector, el cibernauta, no se forma en absoluto una opinión propia, sino que, por el contrario, adquiere una opinión preconcebida que se inserta en su cerebro, como un programa informático que se autoejecuta.
Cuando alguien toca ese tema, el cerebro reproduce esa opinión en el momento que le resulta conveniente. Y, por consiguiente, ha actuado de forma aceptable sin necesidad de pensar.
El cómic: puerta de entrada a la lectura, por parte de nuestra generación. |
Cualquier tipo de lectura supone una actividad, toda lectura es, en cierto grado, activa. La lectura totalmente pasiva es imposible, pues no podemos leer con los ojos inmóviles y el cerebro adormecido.
Cuanto más activa sea la lectura, tanto mejor. Un lector es mejor que otro en proporción a su capacidad para una mayor actividad en la lectura y con un mayor esfuerzo. Es mejor cuanto más exige de sí mismo y del texto que tiene ante sí.
Cuanto más activa sea la lectura, tanto mejor. Un lector es mejor que otro en proporción a su capacidad para una mayor actividad en la lectura y con un mayor esfuerzo. Es mejor cuanto más exige de sí mismo y del texto que tiene ante sí.
Muchas personas piensan que, en comparación con la escritura y con el discurso hablado, leer y escuchar son actividades completamente pasivas (incluso se las ha llamado ocio pasivo).
Quien escribe o quien habla tiene que realizar cierto esfuerzo, mientras quien lee o escucha no tiene que hacer nada. Se considera que leer y escuchar equivalen a recibir comunicación de alguien dedicado activamente a darla o enviarla. Sin embargo lo cierto es que el arte de leer consiste en la destreza para recoger todo tipo de comunicación lo mejor posible.
Un escritor y un lector logran su objetivo únicamente dependiendo de su grado de colaboración. El escritor no intenta que no le entiendan, aunque a veces pueda parecer lo contrario (existen escritores que en aras de una supuesta "buena escritura" escriben panfletos llenos de términos abstrusos e incluso arcaizantes que no entiende nadie).
De todos modos se produce auténtica comunicación cuando lo que el escritor desea que se reciba llega a posesión del lector. La destreza del escritor y la del lector convergen en un objetivo común.
¿La abadía de la biblioteca laberíntica? |
Quien escribe o quien habla tiene que realizar cierto esfuerzo, mientras quien lee o escucha no tiene que hacer nada. Se considera que leer y escuchar equivalen a recibir comunicación de alguien dedicado activamente a darla o enviarla. Sin embargo lo cierto es que el arte de leer consiste en la destreza para recoger todo tipo de comunicación lo mejor posible.
Un escritor y un lector logran su objetivo únicamente dependiendo de su grado de colaboración. El escritor no intenta que no le entiendan, aunque a veces pueda parecer lo contrario (existen escritores que en aras de una supuesta "buena escritura" escriben panfletos llenos de términos abstrusos e incluso arcaizantes que no entiende nadie).
De todos modos se produce auténtica comunicación cuando lo que el escritor desea que se reciba llega a posesión del lector. La destreza del escritor y la del lector convergen en un objetivo común.
Salta a la vista que entre los escritores existen diferencias. Algunos escritores ejercen un «control» excelente; saben exactamente qué quieren transmitir y lo transmiten de una forma precisa y exacta. Resultan más fáciles de «coger» que los escritores «descontrolados».
Un texto escrito es un objeto complejo. Puede ser recibido de una forma más o menos completa, desde el punto mínimo de la intención del autor hasta el máximo. Por lo general, el grado en que lo «coja» el lector dependerá del grado de actividad que dedique al proceso, así como de la destreza con la que ejecute los diferentes actos mentales que el mismo requiere.
La imprenta: comienza la divulgación a gran escala. |
Leer supone una actividad compleja, al igual que escribir. Consiste en gran número de actos distintos, todos los cuales han de producirse para una buena lectura. La persona que pueda realizar el mayor número de estos actos será la más dotada para leer.
Siempre recordaré a mi profesor de literatura de BUP, Don Luis Osuna. Comentaba que la única manera de aprender a escribir era leer, mucho, y de calidad. Siempre recomendaba escritores en castellano (García Márquez, Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Juan Marsé). Nos decía que si encontrábamos una palabra que no entendíamos, la buscáramos en el diccionario y escribiéramos su significado en un cuaderno. Eso servía para aumentar nuestro vocabulario.
Siempre recordaré a mi profesor de literatura de BUP, Don Luis Osuna. Comentaba que la única manera de aprender a escribir era leer, mucho, y de calidad. Siempre recomendaba escritores en castellano (García Márquez, Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Juan Marsé). Nos decía que si encontrábamos una palabra que no entendíamos, la buscáramos en el diccionario y escribiéramos su significado en un cuaderno. Eso servía para aumentar nuestro vocabulario.
Por consiguiente, podríamos definir el arte de la lectura como sigue: el proceso por el cual la mente de una persona, sin nada con lo que funcionar sino los símbolos de la materia lectora, y sin ayuda exterior alguna, se eleva mediante el poder de su propio entendimiento. La mente pasa de comprender menos a comprender más. Las operaciones que producen este proceso son los diversos actos que constituyen el arte de leer.
Para leer no se necesitan pilas. |
¿Cuáles son las condiciones bajo las que se da este tipo de lectura, la lectura destinada a la comprensión?.
En primer lugar, la desigualdad inicial en la comprensión. El escritor debe ser «superior» al lector en cuanto a la comprensión, y su libro debe transmitir de forma legible las percepciones que posee y de las que carecen sus lectores potenciales.
En segundo lugar, el lector debe ser capaz de superar esta desigualdad en cierta medida, quizá en pocas ocasiones plenamente, pero aproximándose a la igualdad con el escritor. En la medida que se aproxime a la igualdad se logrará claridad de comunicación.
Hay gente que lee El Nombre de La Rosa, como una novela de misterios policíacos. Sin embargo, los buenos lectores encuentran una introducción a la filosofía medieval, al arte románico, una reflexión sobre la historia de la Iglesia medieval, sobre la herejía y las órdenes de frailes, cada una con su particularidad: benedictinos, franciscanos, dominicos, etc, etc.
En segundo lugar, el lector debe ser capaz de superar esta desigualdad en cierta medida, quizá en pocas ocasiones plenamente, pero aproximándose a la igualdad con el escritor. En la medida que se aproxime a la igualdad se logrará claridad de comunicación.
Hay gente que lee El Nombre de La Rosa, como una novela de misterios policíacos. Sin embargo, los buenos lectores encuentran una introducción a la filosofía medieval, al arte románico, una reflexión sobre la historia de la Iglesia medieval, sobre la herejía y las órdenes de frailes, cada una con su particularidad: benedictinos, franciscanos, dominicos, etc, etc.
En definitiva, sólo podemos aprender de los «mejores» y debemos saber quiénes son y cómo aprender de ellos. La persona que posee este tipo de conocimiento domina el arte de la lectura y tiene cierta habilidad para leer de esta forma. Todos sin excepción podemos aprender a leer mejor y a obtener mejores resultados mediante nuestros propios esfuerzos, aplicándolos a materiales más provechosos.
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