En
el mundo contemporáneo existen grandes diferencias entre los territorios.
En
las áreas urbanizadas existen hoy múltiples comunidades, cada una construida
sobre un sentimiento específico de pertenencia. Para cada uno de estos grupos,
el problema es crear o mantener centros simbólicos y lugares de encuentro con
el fin de mantener viva la identidad y también para afirmar su presencia ante otras
comunidades.
Hay
un nuevo significado de los espacios públicos: tienen que proporcionar a cada
grupo la oportunidad de expresar su identidad; es una manera para ellos para
asegurarse de que sean aceptados por los demás. Esta evolución del espacio urbano, propicia, en numerosas ocasiones, situaciones
de conflicto.
Gracias
a las nuevas formas que adopta el enfoque regional, es más fácil entender la
naturaleza misma del espacio moderno, con muchos grupos que coexisten dentro de
la misma áreas y compitiendo simbólicamente por el reconocimiento
(curiosamente, estas minorías siempre pretenden conseguir el reconocimiento de
la mayoría, desdeñando en múltiples ocasiones a otras minorías).
Tras
el análisis regional, hay una idea simple: la distancia juega un papel clave en
la vida social.
Poco
nos afectan sucesos que se producen lejos. Los españoles no sentíamos racismo
hacía minorías que hace treinta años eran prácticamente desconocidas, pero sí
hacia las minorías presentes, como el pueblo gitano.
Los
avances en el transporte y los medios de comunicación han reducido la
influencia de la distancia: el juego de escalas ha cambiado; las ventajas de
los lugares centrales son menores que en el pasado; las identidades están menos
ligados a la puesta en común de un territorio continuo (la región o el país).
Pero
el cuestionamiento del enfoque regional es ahora más claro que cuando lo criticaron
Sauer o Schaefer, ya que se ha abierto una brecha mayor entre el espacio como
objeto de investigación y sus formas de representación. De los textos y las
imágenes, hemos pasado a sistemas de información geográfica complejos que aglutinan,
por si solos, la imagen y su análisis, incluso la síntesis de la investigación.
Muchos
de los textos regionales clásicos y las imágenes que los acompañaban, obedecían
a una estructura mental dominante: las dictaduras y el poder político usaron la
geografía regional para crear la conciencia nacional, uniforme y obediente. Los
textos, las imágenes se vinculan al espacio como si fuera algo natural. La
realidad era que los textos se daban previamente, se representaban sabiendo que
eran signos unidos artificialmente a la realidad (el caso de Canarias es claro
y aún pervive: el mapa de las islas, con un camello, una maga de La Orotava y una
piña de plátanos, una strelitzia, que llegamos a creer que era una flor
canaria, o la cabina del teleférico del Teide en llamativos colores).
El
postestructuralismo ha luchado por romper esta íntima relación entre geografía
regional y poder, entre geografía y educación.
La
forma de poder social que interviene en estos procesos es la hegemonía: textos
regionales e imágenes que hacen coherente la relación entre ciertas personas y
ciertos espacios y a través de los discursos políticos se normalizan
demarcaciones privadas y públicas del espacio.

Como
resultado, la diferenciación entre la geografía y otras ciencias sociales tiene
que desaparecer, apareciendo otra disciplina que esté acorde con las nuevas
sensibilidades y las concepciones, sustituyendo a la geografía regional clásica
que cumplió la misión de explorar los límites de las regiones, al servicio de una
sociedad que ha desparecido.
Nuestros
barrios y calles, nuestros campos y costas, las relaciones de género, las relaciones
con nuestro medio ambiente, las relaciones de clase, nuestros mapas, nuestra tecnología,
y nuestro tiempo-espacio, nuestras rutinas diarias, semanales, mensuales y
estacionales, han acentuado las yuxtaposiciones espacio-temporales, hasta el
punto que el clásico análisis de correlación ya no es sostenible.

Las
fragmentaciones y flujos simultáneos puestos en marcha por la globalización del
capital y la cultura han socavado las definiciones antaño convincentes del
espacio. Todos los cambios ocurridos en la geografía y las ciencias humanas
desde la Ilustración no alteraron lo esencial, es decir, el papel de la
geografía como una tecnología del poder.
La
sociedad esperó hasta la última generación para un cambio revolucionario en la
disciplina: debido a la fuerza del poder social como oposición a cualquier geo-poder
o hegemonía unilateral, basado en el aumento de las actitudes críticas
posmodernistas, postcoloniales y postestructuralistas, se produce un profundo
cambio en la epistemología de la geografía.
En
esta perspectiva, el enfoque regional es condenado a causa de sus vínculos con
las formas de poder, que encierra a la gente en los lugares y clases sociales. Sallie A. Marston en “Human geography without scale” (Transactions of the Institute of British
Geographers) de Diciembre de 2005, desarrolló la idea de una geografía
humana sin escala, criticando la dominante y jerárquica concepción de la
escala, argumentando que presenta una serie de problemas que no se pueden
superar simplemente añadiendo la integración con la teoría de redes.
A modo de conclusión.
Desde
la década de 1970, las reflexiones sobre la idea de la región se han
caracterizado por la coexistencia de dos enfoques:
- El clásico, con su énfasis en la realidad objetiva y el papel de los derechos económicos fuerzas en la configuración del espacio
- El espacio vivido, con su interés por las imágenes, representaciones, muestras, símbolos, afectividad y significado.
Hoy
parece que los dos enfoques comparten un objetivo común: ¿cómo explicar la construcción
social del espacio? En el pasado, los geógrafos insistieron principalmente
en el papel de las condiciones ecológicas, la infraestructura y las actividades
económicas. Hoy en día, también están interesados en superestructuras
ideológicas, narraciones, representaciones e imágenes.
En
momentos en que el progreso técnico, el aumento de la movilidad y del uso de
Internet están eliminando la mayor parte de las formas tradicionales de
diferenciación material sobre la superficie terrestre, el significado de las
identidades está creciendo.
Esta
evolución impide completar la uniformización de los paisajes. Se generan
estructuras más complejas, con texturas superpuestas de calles, barrios,
ciudades, países, islas y archipiélagos emergentes.

Sometida
a la presión unificadora, la gente reacciona exaltando lo que los diferencia de
los demás. La voluntad de ser reconocido genera territorialidades más
conflictivas.
En
cuanto al estudio científico de las sociedades humanas, el enfoque regional ya
no aparece como una etapa que vendría después de todos los demás de modo facultativo. Debe
ser utilizado desde el principio. Todos los seres humanos no adoptan y
viven su cultura del mismo modo. No comparten la misma experiencia de lo
que los une o los distingue de los demás.
Estas
diferencias se derivan de la diversidad de las trayectorias seguidas por las
personas durante toda su vida, desde la forma en que reciben, adaptan y
transforman su cultura, y desde el papel jugado en la mayoría de los casos por
un entorno profundamente humanizado.
La
sociedad no es nunca un resumen de la realidad; existe tanto en el nivel material
como en el simbólico y no puede entenderse sin tener en cuenta sus dimensiones
geográficas.