Tradicionalmente, hasta bien entrado el siglo XX, se solía confundir a un geógrafo con un viajero, asumiendo que sus cometidos eran idénticos.
Hasta hace pocos años se suponía que el trabajo de un geógrafo consistía en realizar descripciones de los países extranjeros, su clima, sus producciones, sus habitantes, con estadísticas y relaciones prolijas de capitales, ríos y cordilleras, pero matizados por una generosa introducción y lleno de pies de página con aventuras trepidantes y curiosas anécdotas personales.
Sin duda alguna se escribieron muchas crónicas que justifican esta creencia popular: Humboldt, Burton y Speke, Livingstone y Stanley, Francis Garnier, Sven Hedin, o Pierre Brazza.
Livingstone |
La geografía empezó a dar pistas de lo que sería su futuro progreso con la obra de Karl Ritter, continuada por Ratzel, Reclus o Vidal de La Blache, avanzando más allá del dominio de los cuentos de los viajeros y la observación inconexa. Ritter y Ratzel ordenan un cuerpo de investigación, un método progresivo y científico.
Cecil Rhodes :Tenemos que encontrar nuevas tierras a partir de las cuales podamos obtener fácilmente las materias primas y, al mismo tiempo explotar la barata mano de obra esclava que está disponible de los nativos de las colonias. Las colonias también proporcionarían un vertedero de los excedentes de bienes producidos en nuestras fábricas.
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Esta ciencia acabaría el S. XIX como algo más que una recopilación enciclopédica de simples estadísticas numéricas, o la crónica de aventuras maravillosas.
A partir de este momento se trata de presentar una imagen clara de la superficie de la tierra, sus diversas formas, la configuración de sus continentes, islas y océanos; la formación y evolución de sus montañas, valles y llanuras, el funcionamiento de sus ríos y lagos, sus climas, las relaciones entre plantas y animales. Por lo tanto, se esfuerza por producir una imagen que no sea una simple relación de detalles topográficos.
Cada vez más se busca una conexión entre los hechos aislados, tratando de establecer las relaciones que existen entre las ciudades. Se hacen informes sobre las vías de comunicación, la agricultura, ganadería y minería o la economía regional en su conjunto. Se estudian las repercusiones de las crisis sobre las sociedades y las reacciones de los diversos grupos humanos.
Los estudios de geografía de finales del siglo XIX versan sobre la distribución de la vida vegetal y animal en la superficie de la tierra, y las relaciones que existen entre el mundo orgánico y su soporte inorgánico.
También la humanidad era estudiada, y se constataba que las sociedades, tanto de forma inconsciente y consciente, habían cambiado la faz de la naturaleza (posibilismo), y cómo, por el contrario, las condiciones de su entorno geográfico han moldeado su propio progreso (determinismo).
En estos momentos es cuando los geógrafos comienzan a asistirse de las diferentes ramas de la ciencia, pero sin intención de ocupar el campo de cada ciencia. Muchos geógrafos constatan que las “ciencias puras” no tienen como objeto de estudio los intereses humanos, porque exige conocer también las ciencias humanas, como la antropología, la sociología o la historia.
La Geografía empieza a tomar prestadas metodologías, técnicas de campo, técnicas de laboratorio, principios epistemológicos de la meteorología, la física, la química, la geología, la zoología y la botánica, pero estas ciencias también se nutren de la geografía. El impulso derivado de la investigación geográfica permitió a muchas de estas ciencias alcanzar estados avanzados a principios del S.XX, gracias a una enorme cantidad de pruebas físicas obtenidas en el campo. El perfeccionamiento del conocimiento geográfico contribuyó al progreso general de la ciencia.
El despegue de la ciencia geográfica se advierte en una mayor precisión y la plenitud y rigor de los trabajos que se realizan. Se habilitan expediciones de exploración, y al hacerlo se tuvo cuidado en disponer de los instrumentos y aparatos necesarios que pudieran aportar resultados precisos y definidos.
Ilustración de La venganza de Maiwa de Henry Rider Haggard |
Se orientó y fomentó la investigación, y se puso empeño en mostrar una generosa apreciación de los trabajos de aquellos que hicieron esas exploraciones.
Las sociedades burguesas que iniciaban la aventura colonial en África, Asia Oceanía necesitaban demostraciones de valor humano y resistencia, dignas de aplauso entusiasmado en las crónicas de los diarios.
Sin embargo, los gobiernos, los ejércitos, los industriales, las grandes empresas necesitaban también que esos viajeros poseyeran cualidades excepcionales de observación para poder plasmarlo fielmente en sus informes.
Número de enero de 1965 del National Geographic Magazine: americanos en Vietnam. |
Cuando leemos un volumen de viajes o una novela de aventuras sobre zonas remotas (como los libros de Henry Rider Haggard, Joseph Conrad, Herman Melville, o Rudyard Kipling) de esa época, apreciamos el espíritu de aventura, la fertilidad de los recursos humanos, la presencia de ánimo, y otras cualidades morales de su autor. Sin embargo también vemos una orientación y una justificación de la presencia europea en el mundo, del Imperio y del eurocentrismo. Aquellos exploradores, desde el punto de vista geográfico, eran defensores de la ciencia aplicada, que ampliaban los conocimientos de sus coetáneos con vistas a la explotación de un país o de una región. Ayudaron a trazar vías de ferrocarril, construir puentes, localizar puertos, ciudades y minas.
Las exigencias de esta geografía “imperial”, pero también moderna, eran cada vez mayores, por lo que estos exploradores estaban cada vez más capacitados.
Del mismo modo, también aumentaba el conocimiento por parte de sus lectores europeos y americanos en la comodidad de sus hogares, través de publicaciones similares a “National Geographic Magazine” .
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