lunes, 26 de abril de 2010

Ruinas.

Foto: Guernica, 1937-2007. El País.


Tal día como hoy de 1937, durante la Guerra Civil Española, la aviación alemana, por orden del Generalísimo de los ejércitos y Caudillo de las Españas, bombardeó el pueblo vasco de Gernika. Era un día de mercado, y el bombardeo duró más de tres horas. Más de 1.000 personas fueron asesinadas, los heridos casi se elevaron al millar. En una ciudad de 7.000 habitantes. Dos días más tarde, el 28 de abril, por el puente que no destruyó el ataque, el ejército nacional entra en la capital vasca, absolutamente en ruinas, al mando del General Emilio Mola.
Gernika fue un preludio del uso del bombardeo masivo contra población civil para favorecer el terror y forzar la rendición, tal y como ocurrió, años más tarde en Coventry, Londres, Dresde, Berlín, Hiroshima, Bagdad o Belgrado.
Los 33 aviones de la Legión Cóndor, (Heinkel 111, Junkers 52 y Messerschmidt 109), vacían una carga de explosivos de alta potencia y 2.500 bombas incendiarias compuestas por aluminio y óxido de hierro que elevan la temperatura hasta los 2700°C.
Pocas semanas después Pablo Ruiz Picasso comenzó a pintar el enorme mural conocido como Guernica, uno de los cuadros más famosos, reproducidos y estudiados de la Historia del Arte.

Todos los regímenes dictatoriales buscan perpetuarse en el tiempo. Todos los dictadores tienen una tendencia a convertirse en un Dios inmortal, quizá una reminiscencia de las Apoteosis de los emperadores romanos, (“Divino César”, “Divino Augusto”) que, a su vez, las copiaron de Alejandro Magno, que las absorbió de las ceremonias periódicas de divinización de los faraones egipcios. Los nazis proclamaron “El Reich de los Mil años”, los romanos hundían sus raíces en el Eneas de Troya, que se salvó del saqueo de los griegos y fundó la Ciudad Eterna; los españoles tuvimos bajo los Austrias, un "Imperio donde no se ponía el sol".
Es curioso también, como el paso de todas estas dictaduras por la Tierra, ha dejado influencias que no son claramente perceptibles, pero que están ahí, presentes, latentes. Los ideales nazis hundían sus raíces en una suerte de ultraecologismo, donde miembros del partido nacionalsocialista alemán, proclamaban una vuelta al orden natural, al contacto con la Tierra, al regreso a una época donde el hombre había recibido directamente de los Dioses Arios la tierra en préstamo y debía respetarla como algo sagrado. Hitler era un destacado vegetariano, y al ser que más quería en este mundo era a su perro Blondie. Jamás mató una vaca o un cerdo para alimentarse, pero no dudó un segundo en plantear el exterminio de 11 millones de personas en los campos de concentración y en la eliminación sistemática de todos aquellos a los que consideró como sus enemigos.
Los que se ufanan de ser “constructores de imperios” son en realidad, aniquiladores de la vida , violadores de la justicia, asesinos de la libertad.
Nos queda un consuelo. Nos queda el consuelo de observar sus ruinas, los restos de ese intento de pasado glorioso que no pasó de grotesco. Pasaron los momentos grises, pasaron las amarguras. Las ciudades fueron reconstruidas, se levantaron otra vez las grandes alamedas, y las personas volvieron a ser libres.


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