Ha vuelto a llover y de nuevo han vuelto a producirse grandes inundaciones, esta vez más concentradas en Gran Canaria, pero en Tenerife también han existido problemas. Es cierto que las lluvias han sido torrenciales y continuadas y que este final de verano y comienzo del otoño ha sido muy lluvioso. En la estación de la Morra del Tanque se registraron en Agosto 50 mm en Septiembre 73 mm y en lo que llevamos de Octubre, 272 mm.
Sin embargo, no podemos esquivar que las lluvias en Canarias son muy irregulares, así como torrenciales y con gran intensidad horaria. Y no podemos olvidar que vivimos en un territorio con una altísima densidad de población, con un poblamiento difuso y continuo y con una orografía particularmente abrupta. Quizá ha llegado el momento de revisar nuestro geosistema y comenzar a realizar cambios básicos en la ordenación y estructura del mismo.
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Barranco de Santos, verdadero colector pluvial de la zona metropolitana, cumpliendo su función de evacuar todas las aguas caídas en el reciente episodio de lluvias. |
Las fuerzas de la naturaleza están en perpetua acción. Sus efectos son diferentes: lentos, como una sequía; de violencia instantánea como una inundación. Los daños dependerán del lugar particularmente perjudicado.
Algunos procesos económicos o culturales aumentan el impacto: construcción en lugares inadecuados o infraestructuras incapaces, prácticas agrícolas incorrectas, depósitos de escombros o vertidos irregulares, miseria e ignorancia, entre otros.
Los daños dependen de los rasgos de la zona afectada y el tipo de agente causal. Cada desastre presenta rasgos únicos y por lo tanto también variará el tipo de respuesta. Sin embargo, en todos los desastres surgen problemas similares.
De un modo u otro, la población sufrirá daños (pérdidas económicas, falta de agua potable o electricidad, daños en viviendas, pérdida de vehículos). Más tarde será primordial emprender la reconstrucción, no sólo de infraestructuras o lugares, sino también una verdadera reparación social.
El impacto de un desastre es sentido por la sociedad en una serie de círculos concéntricos encadenados.
En el círculo central se registra la zona de impacto total, con los más afectados (la zona cero).
En las zonas de impacto marginal hallaremos daños y víctimas, pero considerablemente menos.
Más alejada está la zona de filtración: allí no hay daños directos, pero sí disfunciones.
El círculo más amplio encierra las posibilidades de ayuda organizada, nacional o internacional. La severidad del desastre debe medirse en relación a la realidad del lugar siniestrado y no en términos cuantitativos absolutos. La pérdida de cien viviendas valoradas en un millón de euros en una zona deprimida, es peor socialmente que perder una mansión de dos millones de euros que afecte a una sola persona. La pérdida de un colegio o de un hospital ¿no excede de lo meramente monetario?
Las pérdidas se dividen en directas e indirectas, y son estas últimas las más difíciles de apreciar. No hay métodos universalmente aceptados y valorar las disrupciones sociales es casi imposible. En realidad, toda estimación de pérdidas económicas es imprecisa.
Un conjunto de decisiones, conscientes o rutinarias, deben adoptarse durante la reconstrucción pero todo objetivo es inalcanzable si no hay una preparación previa. La preparación ante contingencias debe estar integrada en la planificación para la normalidad.
Por tanto, se puede concluir que los daños de un desastre dependen de dos factores: el tipo de agente causal (lluvias, sequía, terremotos, tsunamis, volcanes, incendios forestales, riesgos tecnológicos…) y la realidad previa en el lugar perjudicado. No nos dejemos llevar por las cifras: debido a la complejidad en valorar daños y a la falta de herramientas ajustadas y reconocidas, todo recuento de daños es un incorrecto acercamiento.
La realidad social atenúa los daños o los empeora. Es ineludible conocer las realidades locales de las zonas en riesgo de impacto y los posibles agentes que los causan. La planificación preventiva o los eventuales planes de reconstrucción para crear condiciones de vida más seguras, dependerán de estos conocimientos.
Por tanto, urge analizar la situación de las zonas en riesgo, los agentes externos que pueden afectarlas y los recursos existentes para enfrentarse a posibles pérdidas.
Sería necesario poner en marcha un proceso de revisión de los instrumentos disponibles para calcular pérdidas. Es preciso quitar importancia a las cifras netas y destacar la relación entre la situación preexistente y los daños ocurridos, lo que nos dará una apreciación mucho más correcta.
La sociedad adquiere la comprensión real de una catástrofe cuando deja atrás el shock del momento. Luego comienza la recuperación, un conjunto de acciones sociales comunes a todas las catástrofes.
En las democracias suelen surgir grupos de opinión, políticos o técnicos que influyen en la concreción de proyectos encaminados a la recuperación.
Los daños dependen de los riesgos latentes y de la vulnerabilidad, ambos conceptos de origen cultural y, como tales, opinables.
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Las coladas del volcán Pico Do Fogo, en Cabo Verde, destruyendo por completo la localidad de Portela. |
La asistencia y la reconstrucción no son procesos ni puramente objetivos ni neutrales. En los procesos de recuperación pueden distinguirse tres etapas: la emergencia, que asegura la supervivencia; la restauración o rehabilitación, que apunta a retomar la continuidad de la vida social y la reconstrucción, que busca recuperar el estado territorial y social anterior a la catástrofe. Grosso modo, cada una de las etapas dura diez veces más que el tiempo de la etapa previa.
La emergencia puede justificar un formidable traslado de recursos nacionales y/o internacionales a la zona afectada. Posteriormente, los recursos locales son el sostén de las acciones que se realicen. La ayuda internacional alcanza su tope durante la emergencia y disminuye drásticamente desde el momento en que los medios de comunicación dejan de ocuparse del asunto.
Si hay previsión, organización y conocimientos, habrá personal idóneo; si hay recursos, habrá capital para gastos e inversiones. El proceso de recuperación es una oportunidad para mejorar la preparación ante desastres futuros, es decir, la recuperación y reconstrucción debe reducir la vulnerabilidad.
La vulnerabilidad depende del tipo y la dinámica del desarrollo social en el lugar en riesgo, y de su relación con un conjunto de contextos: los medios económicos, la política de prevención, la experiencia de catástrofes anteriores, las contingencias estructurales de ayuda y socorro, las medidas administrativas vigentes, la existencia de fondos para emergencias o de seguros contratados.
CONTINUARÁ
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Las sequías, normales en el clima subtropical y mediterráneo pueden llegar a poner en riesgo la vida y la actividad económica. |