miércoles, 9 de marzo de 2011

Elecciones y Candidatos



No voy a cuestionar aquí el gran principio de la democracia: una persona, un voto.

No voy a especular en mis reflexiones sobre nuestro actual sistema electoral, (que no cumple con la verdadera democracia, puesto que, gracias al sistema proporcional que disfrutamos, y al peculiar modo de establecer las circunscripciones electorales, se da la paradoja de que hay territorios de nuestro país en el que un voto “vale más” que en otro territorio). Eso nos lleva a que partidos que obtienen grandes cantidades de votos, pero distribuidas por todo el estado o la región, obtengan menos diputados que partidos que concentran el voto en una circunscripción (provincia o isla).

Voy a hablar de candidatos. Faltan dos meses y pico para las elecciones autonómicas y municipales, y asistimos a un verdadero galimatías en la confección de listas y candidaturas.

Nuestro sistema de listas cerradas obliga a los partidos a contar con un número mínimo de candidatos y de suplentes para poder presentarse a las elecciones, y parece ser que hay grupos a los que tal cosa les está costando esfuerzos impresionantes.

Por comparar con otras realidades electorales diferentes a la nuestra, el sistema de los Estados Unidos reúne cualidades democráticas que son muy interesantes desde mi punto de vista:

  • Todos los candidatos son sometidos a primarias o caucuses (un caucus es una asamblea local en la que los ciudadanos de manera directa, discuten y eligen a un candidato de un partido). Este proceso de primarias, asegura que los candidatos sean conocidos por el gran electorado, y pone en marcha las maquinarias de los partidos. También asegura que el conjunto del partido vaya uniendo esfuerzos (fruto de la negociación) para que un solo candidato sea el que se enfrente a la cita electoral, pero juntando tras de sí equipos de personas que representen a todas las realidades sociales y sensibilidades ideológicas del partido (que suelen ser muchas y diversas).
  • Los candidatos son elegidos por un sistema directo: el que saca más votos, gana (esto en las elecciones territoriales, puesto que en las presidenciales, es el Colegio Electoral una vez constituido y reunido tras las votaciones del pueblo el que elige al presidente). No hay proporcionalidad.
  • Se vota al candidato directamente, lo que asegura que es esa persona y no otra la que es elegida por el ciudadano. Así se elige alcalde, concejal de distrito, fiscal, sheriff, juez, gobernador, representantes en las cámaras legislativas de los Estados, congresistas, senadores. Por lo tanto, los tres poderes (ejecutivo, legislativo y judicial) emanan directamente del voto ciudadano. Nuestro ejecutivo es elegido por el legislativo, y nuestros jueces, jefes de policía o fiscales, aprueban una oposición.

En España, nos vemos obligados (excepto en el Senado), a introducir listas cerradas en las urnas. Quizá el tercer o el cuarto puesto de la lista son personas que no nos parecen adecuadas, pero si quieres votar por el número uno o el número ocho, estás votando a todas. A fin de cuentas, los ciudadanos no elegimos directamente al alcalde del pueblo o al presidente de Canarias, sino a los concejales y diputados que después, reunidos en pleno, votan al que más les gusta (suele ser el del propio partido, pero el asunto del transfuguismo se ha convertido en una bella arte en esta tierra hispana). Debido a esto, los pactos post-electorales son los que deciden muchas veces el color, el grano, la textura o la trama del alcalde o del presidente.

Volvamos a la elección de candidatos. Muchas veces te asombras de que las personas que se presentan para los cargos públicos, se describen porque no están definidas. Muchas de ellas son personas “de partido”, o sea, gente que ha medrado en el partido, por amistad con tal o con cual, que puede haber ocupado un cargo orgánico mucho tiempo, pero al que no se le conoce compromiso social alguno.

Otros candidatos suelen ser muy populares en su casa a la hora de comer, y tampoco se les conoce un gran compromiso político, ni un historial de luchas y debates. Muchos de ellos obedecen a un grupo de presión en particular, en especial los ministros, secretarios de estado, directores generales y consejeros de los gobiernos, ya que estos cargos no son elegidos por el pueblo, sino por el presidente, así que no nos podemos quejar: son el reflejo del cabeza del gabinete (como si quiere elegir a un primo suyo, notario en Villaconejos de Abajo). Por lo menos a Franco le presentaban una terna, elegía el que mejor le caía a Carmen Polo y cuando se aburría, lo despedía mediante el famoso motorista.

El maestro Padylla lo deja claro en su blog.

Hace treinta años, cuando los partidos políticos eran máquinas activas en el desarrollo social de nuestro país, los militantes de los partidos tenían una razón de existir fundamental: eran las puntas de lanza que guiaban a los ciudadanos en sus primeros pasos en democracia. Creaban opinión, tomaban el pulso a la calle, escuchaban, participaban, estaban en contacto con diferentes organizaciones (sindicatos, empresarios, asociaciones de consumidores y de vecinos, universidades, prensa). Pero eso ha cambiado. Los partidos hoy no son estructuras de masas, sino aparatos de “cuadros” (personas muy especializadas en ciertos temas que importan a los ciudadanos y que tratan de resolverlos mediante la planificación de estrategias y de tácticas que serán puestas en marcha cuando se consiga el poder institucional).

Sin embargo, la impresión que tenemos muchos ciudadanos es que los candidatos son elegidos por el sistema de “llama a fulano o a mengana, a ver si quiere presentarse”, y así hasta llenar el cupo. Otra de las opciones, sobre todo en los pueblos pequeños es mirar el libro de familia, y así los candidatos de familias numerosas llenan y rellenan las listas. También se buscan personas populares, pero en política, popular y populachero suelen ser sinónimos, por eso tenemos a cada artista guiando las políticas de nuestra nación, que da grima. Solamente hay que echarle un vistazo a Canarias Bruta o Archipiélago Machango.

En los lugares donde una determinada opción gana siempre o casi siempre, el problema es el contrario: la gente hace cola por fuera de la puerta para que lo coloquen en un puestito (da lo mismo que sea de concejal de urbanismo o de vigilante de farolas), y así resolverse el puchero unos añitos.

Resumiendo, viendo los candidatos que empiezan a asomar la cabeza y a aparecer en las vallas publicitarias, me da la impresión de que el asunto del voto va a estar controvertido (o muy claro, casi blanco, según se mire). Son contadas con los dedos de la mano las opciones que merecen una nota alta, y eso, si atendemos a que ciertos cabezas de lista tienen cualidades excepcionales, pero la zaga y el banquillo es para echarles de comer aparte.

Todos los líderes políticos acaban desprestigiados y criticados, sean cuales sean sus resultados electorales: Cameron no deja de meter la pata en política exterior, sobre todo en el asunto de Libia; Merkel la lía parda con el asunto de las gasolinas, los ministros que plagian y pierde elecciones regionales; Sarkozy, en las encuestas a las presidenciales queda por detrás del Frente Nacional y del Partido Socialista; Berlusconi, al banquillo por corrupción de menores; Zapatero está cabreando hasta a los de su propio partido y a la izquierda que una vez lo adoró (velitas, cejitas y estampitas incluidas).

¿Cuál es nuestra confianza? Confiamos en que los ciudadanos nos demos cuenta de que tarde o temprano somos nosotros los que debemos coger las riendas de nuestro propio destino. Nuestra actividad diaria, nuestro quehacer cotidiano es el camino para solucionar las dificultades a las que nos enfrentamos, no peores que otras anteriores.

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