lunes, 22 de junio de 2009

El viento nos llevará



Foto: Tehran24

Irán se encuentra hoy bajo un estado convulso y agitado. Desde 1979, desde aquellos dos meses de protestas que derrocaron a uno de los dictadores más sanguinarios del Siglo XX, no había sucedido nada parecido.
Esta vez, el detonante ha sido el cada vez más evidente pucherazo de las elecciones celebradas el 12 de junio. El pueblo iraní, en especial los habitantes de las ciudades, han salido a la calle para reclamar unos comicios limpios y, sobre todo, libres de sospecha. El líder opositor y víctima del tongo electoral Mir Hossein Musaví no está solo. Lo apoyan numerosos políticos y clérigos de importancia incuestionable, como el expresidente Jatamí. Se apoya en una exigida no violencia y pacifismo mayoritario (reprimido con violencia por las fuerzas de seguridad y los fanáticos del régimen) y en el uso de las nuevas tecnologías, en especial el teléfono móvil y las redes sociales de Internet.
Las consignas de este extremo verano de Teherán son las mismas que las de aquel duro invierno en Qom, donde la policía del Shah mató a cientos de manifestantes desde las azoteas: "Dios es Grande" y "Muerte al Dictador". En ambos casos es la gente joven la que sale a la calle, reclamando lo mismo: libertad de expresión, fin de los oligarcas, nuevos caminos, nuevas esperanzas. Siempre es lo mismo: los jóvenes no conocieron los momentos de aquella Revolución, puesto que en su mayoría han nacido después. Se han "beneficiado" de la gran expansión de la enseñanza superior fomentada por la Revolución Islámica, que buscaba técnicos, profesionales, maestros para servir al nuevo estado. Pero,incluso, muchos de ellos eran niños cuando se acabó la guerra entre Irak e Irán, que sirvió para armar a Saddam Hussein y para reafirmar los postulados del Ayatollah Ruhollah Jomeini, padre espiritual y político del actual estado iraní.
No hablamos de un pequeño país africano, ni de un atrasado estado musulmán.
Irán tiene la extensión de tres Españas, 65 millones de habitantes, importantes reservas de petróleo, un ejercito poderoso y bien disciplinado y, posiblemente, poder nuclear.
Es la potencia de oriente medio. Los iranís no son árabes, y la religión mayoritaría, el Islam Chii, es vista como una secta por el resto de los musulmanes del mundo, en su mayoría sunnís.
Se sitúa en el centro de esta complicada región del mundo, con salida a dos mares: Caspio y Golfo Pérsico, vecino de Irak, Turquía, Afganistán, Pakistán y las ex repúblicas soviéticas de Turkmenistán, Armenia y Azerbaiyán. En el centro del avispero.
Sin embargo, tanto con el gobierno del Shah, como con la República Islámica, Irán se ha caracterizado por ser una nación estable en sus relaciones con el entorno (recordemos que la guerra con Irak fue debida a la invasión por parte del ejército de Saddam del territorio iraní, que se libró en su mayoría en territorio persa y que murieron unos 600.000 iranís (el 60% de los muertos de la guerra, cifrados en un millón).
Irán es también una de las naciones que más ha dado que hablar en los últimos años, al encabezar posturas críticas en el seno de la OPEP.
Y no lo olvidemos: Irán no ve con buenos ojos la posible involución talibán en Afganistán y Pakistán, debido, en primer lugar a motivos religiosos (el wahabismo que da cobertura a los talibanes y Al-Qaeda no casa bien con los chiítas), y en segundo lugar, porque la situación inestable en esas naciones afecta a las relaciones comerciales de Irán y llena sus fronteras de campos de refugiados.
El hecho es que Irán ha perdido fuelle bajo el gobierno de un Ahmadineyah más preocupado por conseguir la bomba atómica y por atacar a Israel que por gobernar una nación que pide un cambio en muchos sentidos, y que no puede seguir viviendo del petróleo, los pistachos y las alfombras.
De estos momentos depende el futuro de una de las grandes potencias mundiales. De que logren progresar en sus demandas de cambio político y social, y caminar por una nueva senda de desarrollo, dependerá el que Irán entre en el concierto mundial de las naciones con fuerza y ganas de competir en igualdad o de que siga siendo una incógnita.
Haciendo mío el grito de los manifestantes: Dios es grande y solo Él sabe lo que ocurrió, ocurre y ocurrirá, y, sobre todo, que se mueran todas las dictaduras políticas, económicas y sociales del Planeta Tierra.



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