lunes, 12 de mayo de 2014

Ultramarathon man



En el pasado, caminar estaba en el ADN de la gente. En los calurosos veranos, cuando mi abuela iba a los canteros, a buscar fruta de verano (ciruelas, damascos) me levantaba de madrugada y llegábamos, desde El Carmen hasta el Pinalete, antes de salir el sol.

Después, ya un pibe con bigote, sobre todo durante las vacaciones, tras regar de noche, como quería levantarme para ir a la playa, bajaba caminando hasta mi casa de madrugada, dormía unas horas, y por la mañana, choleando o haciendo dedo para La Viuda.
Ibas caminando al colegio, a la plaza, al Tanque a ver a mis abuelos, a jugar con los amigos, a hacer recados (anda que no hacíamos recados)…


Geógrafos veteranos, acompañando a estudiantes de geografía de último año, haciendo trabajo de campo por el Camino Real del Sur, entre el Lomo de la Tose y el Barranco de Herques. 2007

En el colegio también se caminaba. Recuerdo una excursión caminando a la Montaña del Socorro (desde Arafo), al Monte de los Brezos de Candelaria y al Volcán de las Arenas. Ahora lo cuento divertido, pero para un chaval de once o doce años algo gordito estos pateos eran brutales, y siempre me cuestioné su eficiencia pedagógica.

En el Instituto, la cosa cambió. Los que caminábamos sin razón éramos los estudiantes. Durante la Fuga de San Diego, un grupo de colegiales de Arafo y Güímar íbamos caminando desde nuestros respectivos pueblos hasta una bodega en Las Dehesas, donde hacíamos una comida de hermandad. Y después volvíamos a patita.


Con un grupo de amigos y colegas, subiendo la Pista de Fayal, hacía el cortafuegos. Candelaria-El Rosario. 2010.

Mi primer palo de caminar me lo hice con una vara de los acebiños que nacían en la Chapa de Las Gambuesas, junto a los castañeros. Lo pelé al fuego, le tallé con una escofina un mango con agujero, le pasé un cordel y le puse un regatón de goma. Cuando se lo llevé a mi abuelo, me dijo que aquello era un palo de camellero, (un sorinque), y que era muy corto para caminar. Sin embargo, lo usé durante años, hasta que un día me lo robaron en un descuido.


Caminando por el Monte de Los Frailes, en el Lomo de La Montañeta (Arafo), con alumnos de un curso FIP de Educación Ambiental. 2009

Todo esto viene a cuento, porque con el auge de las ultramaratones, se han llenado los senderos de gente corriendo por todos lados. El problema es que corren por correr, sin saber muy bien, por dónde, desde dónde y hacia dónde.

Hace unos meses, nos encontrábamos la muchachada a eso de las diez de la mañana en los canteros (en realidad, ya habíamos terminado y estábamos comiendo el bocadillo), cuando llegaron tres individuos que parecían salidos de Star Trek o de la Fuga de Logan: ropa ceñida negra transpirante superseca; zapatillas de tejido inteligente con puerto USB; mochilas ultraligeras de hidratación con sabor a frambuesa; gafas de la NASA, con protección UVA, UVB, UVC y visión remota nocturna; bandas para el pelo de algodón orgánico y gomina con olor; medias de compresión (como las que usaban las señoras, pero con más glamour)… 

Amablemente, ejerciendo de anfitriones con los recién llegados, les invitamos a agua fresca, una cerveza, bocadillo de mortadela, queso amarillo o similar.


Subiendo por el Camino de Los Romeros a través de Las Arenas (Arafo), en una excursión de la Asociación Cultural del Sureste de Tenerife. 2005.

Entonces los individuos, que no quisieron nada, porque estaban bebiendo no sé qué zarandaja isotónica y comiendo unas barritas de cereales energéticas, empezaron a contar su historia y al rato, la muchachada nos miramos, diciendo en dialecto de la parte alta: estos tíos son unos marcianos.

Nos hablaron de marcas, kilómetros, ritmo, preparación psicológica, subidas, bajadas, sesiones de tirada larga, planificación, recuperación, el mal estado del sendero (en eso les doy la razón: algunos senderos de Arafo están que dan pena, además de peligrosos), y… ¡Zas! En toda la boca: creían que estaban en el Monte de Güímar.

La respuesta fue unánime y algo airada (en dialecto de la parte alta). Les dijimos, con cierta incorrección política, que estaban en el Monte de Arafo, y que el pueblo que se divisaba por debajo era el pueblo de la música.


Explorando charcos intermareales entre Samarines y la Hondura. Candelaria. 2003.

Al parecer, a pesar del Google Earth y los teléfonos con posición global, se habían equivocado unos cuantos metros, (a más de un kilómetro del término municipal de Güimar en realidad.) confundiendo el camino.

Voy a contar dos historias de cómo caminaba la gente de antes (sin GPS) que pueden ilustrar que estos soplagaitas no han inventado nada.
Hace muchos años, un cabrero de por aquí, Señor Gabriel, que murió rondando los cien años, se apostó una cena con unos señoritos a que él llegaba primero desde Arafo a la Plaza del Calvario de La Orotava, caminando por la Cumbre, que los otros en coche por la carretera general. Cuando los fitipaldis llegaron a La Orotava, Señor Gabriel ya iba por el segundo plato.

En una ocasión, en Ifonche, un cabrero nos contó que las tardes serenas, se oían las campanas de Santa Úrsula de Adeje. Cuando oía doblar a muerto, cogía el zurrón, metía dos quesos (aprovechaba para llevarle queso a algunas amistades y compromisos), bajaba por el camino de “Tenteynotecaigas”, se echaba un vaso de vino en el bar de la Calle Grande, hacía los mandados, iba al entierro y daba el pésame, y con las mismas viraba la caña hacia Ifonche y llegaba a tiempo y con luz en el cielo para darle la ración al ganado.


Cruzando el Lomo de Abarzo, junto al canal de la galería de Amanse, Arafo. Con alumnos de la Escuela Taller Urbe Cívica. 2004. 

A todas estas los ultramaratonianos habían llamado por el móvil a algo que sonó como “coche de apoyo”, y al rato apareció un TT 4x4 de marca alemana, del estilo que usan en las pelis americanas, lunas tintadas incluidas y aire acondicionado, con dos chicas malhumoradas porque llevaban un buen rato esperando a los navy seals en el lugar correcto, aunque ellos se habían equivocado.

El Equipo A farfulló una despedida, se subieron al vehículo y desaparecieron en lontananza. Espero que el GPS del auto funcionara mejor que el del móvil, o por lo menos, el navegante lo entendiera, porque si no, ya los veo dando vueltas entre Chimiche y El Bueno.

Cuando uno salía a caminar iba calzado con tenis Crube de suela de goma, los calzones más viejos que tenías (porque si los rompías o llenabas de amores secos, tu madre te mataba), una botella de agua y medio bocadillo de chorizo. Y te pasabas brincando los montes durante unas cuantas horas, y ahora todo es goretex, thinsulate, vibram y majaderotex®.


Bajando el sendero del Barranco de Chacorche, mucho antes de su restauración e inclusión en la Red de Senderos como el SL 296.2. Candelaria. 2003.

No quiero hacer aquí una apología de los tiempos de antes, donde se pasaban muchas penurias y trabajos, pero sí quiero defender a toda la gente que camina por nuestros montes, que salta las laderas con un lanza como nuestros antepasados, que pasea a lomos de una bestia, un burro o una caballería, no como un simple deporte o moda, sino como una manera de conocer nuestro medio natural y nuestro patrimonio canario.

Estoy seguro que a estos super-deportistas-que-caminan-mucho-y-rápido les importa un comino si están en un pinar, laurisilva, tabaibales o palmerales, si cruzan por un tramo del Camino Real, del Camino de los Muertos o por un paso de cabreros.
Esto sucede cuando corres mirando el reloj, mirando las pulsaciones, mirando a tus rivales, mirando el mapa y mirando el GPS. No se tiene tiempo de admirar el paisaje.


Subiendo el sendero del Valle de Chese. Candelaria.2014.

De todos modos, bienvenidas sean, si sirven para que muchos de los que nos mandan, tomen conciencia del intenso uso público que se hace de nuestros senderos y caminos y se deciden a restaurar y arreglar unos cuantos de ellos, que se encuentran en un estado de conservación entre lamentable e irrecuperable, y otros están absolutamente olvidados y perdidos.

Y encima los hay con la desfachatez de perseguir y denunciar a los que, de modo altruista, han decidido limpiar y arreglar algunos tramos. 


En el Barranco de Añavingo, poco antes de llegar a la Galería de Lomo Cambao (Arafo), después de un invierno bastante lluvioso. 2009.

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