jueves, 17 de abril de 2014

El territorio y la identidad en la geografía actual.



Según plantea Wilbur Zelinsky, el recientemente fallecido geógrafo cultural de la Penn State University, la cuestión de la identidad fue ignorada por los geógrafos, y por otras ciencias sociales, hasta bien avanzado el S. XX. 
La identidad es hoy un punto clave para entender las relaciones sociales y su plasmación en el espacio: identidad religiosa, de clase, de género, política, territorial… El espacio influye en la identidad social.

Otro aspecto a tener en cuenta, y que ha sido dado de lado es la semiótica del territorio. Existen muchos signos y símbolos en el territorio que no son abstracciones. La nueva geografía regional, si quiere ser coherente, debe prestar atención a lo observado, a los signos materiales, a las huellas de otros usos pasados, edificios, construcciones, caminos.
Cada elemento material que encontramos en el territorio puede servir como una seña de identidad: toponimia, formas de cultivo, terrazgo, vestidos, casas, lenguaje, artesanía, herramientas etc.

Según Anssi Paasi, geógrafo finés de la Universidad de Oulu, la región, el país y el lugar, son las palabras clave en el discurso geográfico de finales del siglo XX, hasta convertirse en categorías  fundamentales del pensamiento geográfico
Plantea una reinterpretación del concepto de región como una categoría sociocultural e histórica, debido a las relaciones que existen entre el contexto sociocultural, las prácticas cotidianas de los individuos, y el lugar, país o región donde se desarrollan.
El desarrollo de un territorio determinado y de su presencia simbólica, tanto en el sistema regional, como en la conciencia social de la sociedad es un proceso histórico que atraviesa varias etapas.


Todavía en algunos lugares del mundo se mantienen formas vernáculas de cultivos que mantienen el paisaje agrario tradicional. Granja en Ohio (USA).

Durante este proceso de institucionalización una región se convierte en una entidad establecida (con una identidad regional específica) reconocida en diferentes esferas de la acción social y la conciencia y que se reproduce continuamente en las prácticas individuales e institucionales (pensemos en las regiones que nacieron en la España de las autonomías, pero que nunca habían tenido un reconocimiento oficial, más allá de la provincia, como La Rioja, o Cantabria)
La constitución de la conciencia local o regional de los individuos se interpreta a través del concepto de lugar, que se refiere a la experiencia personal y los significados contenidos en la historia de vida personal. 

Estos conceptos ayudan a comprender cómo las regiones pueden ser creadas y reproducidas como parte de la transformación regional de la sociedad y cómo los individuos están contextualizados en este proceso mediante la reproducción de las estructuras de las expectativas específicas de cada región. Cada generación de individuos comprende sus relaciones entre la región y el lugar de modo diferente.
En las culturas primitivas, los grupos eran capaces de desarrollar formas abstractas de simbolización, creando mitos fundacionales que servían para explicar el espacio vivido como el crisol donde los diferentes clanes viven unidos (la fundación de Tenochtitlán y el águila posada sobre un nopal, devorando a una serpiente).

Mito de la fundación de Tenochtitlan: un águila devora una serpiente sobre un nopal. Tras la independencia de España, México adopta este símbolo para su escudo y bandera.

La evolución de las sociedades trajeron aparejadas formas abstractas más complejas del pensamiento, y con nuevos símbolos: dioses celestiales (Zeus, Achamán) dioses  subterráneos (Hades, Guayota), y abstracciones morales (el derecho, la justicia, la libertad). 
A partir de entonces, la identidad combina: arraigo tradicional en el lugar propio, el paisaje y los grupos sociales con sentimientos más amplios de pertenencia, anclados en el paisaje gracias a signos y símbolos: la cruz, la media luna, la bandera o el escudo. La sociedad se organiza como un sistema de varias capas y con múltiples escalas de identidades. 
La existencia de otras sociedades fue fundamental en la construcción de la  identidad, al establecer fronteras, y con la sensación resultante de estar encerrado, lo que favorece el asentamiento de un fuerte sentido de pertenencia (muy arraigado en los sistemas insulares, donde las fronteras físicas, como el mar, son limitantes). 

Muro de Adriano: ejemplo de frontera artificial física que sirvió para frenar a los pueblos pictos del norte de Gran Bretaña, paro también el avance del imperio y de la romanización.

El período contemporáneo se caracteriza por el retroceso de las formas vernáculas de cultura. Se pasó de la transmisión oral de conocimientos eminentemente prácticos, a un sistema audio-visual de enseñanza de conocimientos teóricos.
El conocimiento vernáculo es esencial en la diferenciación y explicación de los fenómenos que observamos en el paisaje.
Las consecuencias de su desaparición son trágicas: como explica Pierre Nora  historiador francés, conocido por sus trabajos sobre la identidad francesa y la memoria, en su obra  Los lugares de la memoria (1984), hubo en el pasado un tipo de memoria que fue fácilmente transmitido de generación en generación: la memoria de los aspectos de la cultura vernácula. 
Todo el mundo conocía personalmente a menos una parte de las diferentes técnicas que eran fundamentales para la supervivencia del clan. Nora califica esta forma de memoria como memoria viva. Con la desaparición de las formas tradicionales de la cultura vernácula, las bases materiales de la identidad son borradas. 
Este es el origen de la crisis contemporánea de las identidades (los carros de las romerías o los trajes de mago, son reminiscencias de la memoria de momentos que ayudaron a forjar la identidad canaria, pero que ya no existen).

La Revolución francesa consolidó la conciencia nacional del estado, del que Francia ha sido ejemplo durante los últimos doscientos años, aunque tiene otras conciencias nacionales dentro de su territorio, como Córcega, Iparralde o Bretaña.
Durante la revolución industrial, la construcción de la conciencia nacional (el ciudadano tenía que reemplazar al súbdito), como resultado de los intereses de las élites burguesas políticas y económicas gobernantes dio como resultado la instauración del  Estado-Nación. Se crearon así Bélgica, Grecia, Italia o Alemania. Estos estados se definieron en un área muy determinada del espacio y con los límites muy claros.

Para la región, los límites del espacio nunca estuvieron claros ni completos, ya que los lugares simbólicos no se planificaron de forma sistemática, al contrario que los estados nación. Existen así regiones compartidas por varios Estados Nación, como Tirol, Euskal Herria, Cataluña, Flandes, Alsacia y Lorena.


La unificación italiana fue impulsada por las burguesías piamontesas y apoyada por los sectores más progresistas italianos, que se opusieron a los decadentes imperios europeos, el absolutismo agonizantes y el papado principesco.


Reflexionemos desde el punto de vista de la geografía: las sociedades poseen un nivel formativo en cada etapa histórica conforme a sus necesidades de desarrollo y supervivencia. En la actualidad, nuestra capacidad de análisis es tal, que podemos recrear comunidades pasadas, y podemos investigar y determinar los orígenes y las formas de la crisis contemporánea de la identidad y las consiguientes nuevas formas de territorialidad. 

Hasta la década de 1960, la principal ambición de los geógrafos era entender de manera objetiva las formas de organización en el espacio, y, en consecuencia se hizo hincapié en la organización económica del espacio material. 

Hoy tratamos de entender la construcción social de las regiones como un elemento de la estructuración simbólica del espacio ya que, del mismo modo que el término país, la región es una comunidad imaginada, que presenta características específicas. 
La idea de la comunidad imaginada evoluciona con la reflexión sobre el enfoque regional que se produjo durante la última generación de geógrafos. 
Entender la dimensión vivida de lugares y regiones como áreas vinculadas a las personas nos conduce a entender los espacios regionales organizados como construcciones simbólicas mentales.
La investigación regional está cada vez más preocupada por la estructuración simbólica del espacio y los modos en que se transmiten los sentimientos de pertenencia a diferentes comunidades imaginadas, sobre todo en las capas sociales populares, ya que muchas de ellas siguen custodiando el registro oral de la memoria y el conocimiento vernáculo.








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