viernes, 5 de abril de 2013

DE GIRA POR LA COMARCA DE ABONA






Hace unos días, he tenido la ocasión de aprovechar el escaso tiempo libre que me dejan mis compromisos laborales, sociales y, sobre todo, familiares, para realizar una escapada por sectores del Sur que he tenido bastante abandonados. 

Realizamos una excursión por los municipios de Arico, Granadilla de Abona, Vilaflor de Chasna y San Miguel de Abona, prestando especial atención a las medianías altas y los cambios que se han venido produciendo en los últimos tiempos.

Saliendo desde Arico, a medida que ascendemos, la importancia paisajística de los grandes depósitos de pumitas (los jables, las zahorras, el bano) es evidente (imbricadas con coladas oscuras de basaltos y salpicadas por numerosos conos volcánicos), perdiendo interés la ocupación urbana, aunque se mantiene una agricultura de policultivo de secano, combinado con viña y algunos frutales, que se trabaja sobre los sectores de lavas más antiguos, buscando los réditos de acumulaciones de incipientes suelos fértiles.


Paisajes desprovistos de pinares. Icor. Arico.

El cultivo principal de estas zonas es el de la papa, aunque en los últimos años está estancado y en algunos sitios en retroceso, junto con la viña, que se siembra de diferentes maneras: desde los parralitos al borde de la parcela (Arico, San Miguel); apoyada en las paredes de piedra (Los Blanquitos, Cruz de Tea); hasta las cepas podadas en corto, sin parral, que llena el paisaje de Trevejos, en Vilaflor. 

En este paisaje, la viña, es un cultivo tradicional, prácticamente establecido desde comienzos del siglo XVI, marginal en cuanto al lugar que ocupa en la parcela (se plantaba en los bordes, sobre parrales, para dejar los lugares centrales para el cultivo de papa y de cereales), pero no en extensión, ni en importancia económica, puesto que, al ser una planta eminentemente de secano, ocupaba un espacio agrario bastante amplio, desde Aldea Blanca o Las Zocas, (cerca del nivel del mar) hasta zonas altas de cumbre, como Los Frontones o La Florida, (frisando los 1.700 metros). 

En la actualidad, el cultivo de la viña ha protagonizado un nuevo auge, tanto en superficie cultivada, como en producción. Este esplendor se refleja en el territorio, puesto que la explotación de la viña, trae aparejados beneficios económicos evidentes. Las nuevas técnicas de cultivo también han arraigado, sobre todo la plantación en espaldera, la potenciación de variedades tradicionales (Malvasía, Verdello, Bermejuelo) así como la introducción de nuevas variedades (Cabernet Sauvignon, Tempranillo, Merlot, Sirah, Ruby, Cabernet, Castellana).


Paredes de piedra talladas "in situ" en zonas de jable y tosca. Medianías de
Abona.

Existen también cultivos de cereales (millo principalmente, en hoyas y nateros bajo regadío), hortalizas (calabaza, bubango), leguminosas (habichuelas, habas, arvejas) y árboles frutales (a destacar la importancia de los almendreros en la zona de San Miguel, El Roque y Jama).

Estos cultivos se desarrollan en huertas tradicionales sobre suelos pobres de origen volcánico, con diferentes grados de desarrollo, donde el suelo agrícola es bastante pedregoso y de diferente naturaleza, desde piroclastos volcánicos ácidos o básicos, a coladas fonolíticas,  convertidas en arenas o granza de grano más o menos grueso y cuya construcción forma parte de todo un proceso desarrollado secularmente por los campesinos, con el fin de obtener suelo y espacio útil. Es destacable el esfuerzo realizado en la zona de Vilaflor para crear grandes huertas de jable, que cuentan con regadío a goteo o aspersión para el cultivo de la papa temprana.

Esta agricultura tradicional se relaciona con un tipo de poblamiento típico de estos espacios rurales, en los que las viviendas se disponen sobre las superficies más rocosas, (que coinciden con las superficies de las coladas, o los bordes de los barrancos) a lo largo de  diversos caminos que ascienden hasta el límite del pinar. Muchas de estas tierras se encuentran en la actualidad en procesos de abandono prolongado, siendo muchas de ellas  ocupadas por pinares, jarales o escobonales. 


Los balos y las tabaibas conviven con los pinos dispersos.

Las huertas que sobreviven se establecen cerca de las viviendas o de los caminos principales, ocupando los frentes y las traseras de las edificaciones, corrales y estanques.
La génesis  de esos asentamientos  se produce en momentos en los que el aprovechamiento del espacio susceptible de ser cultivado tenía que ser máximo, por lo que muchas tierras son roturadas a expensas de formaciones vegetales originales, especialmente el pinar y los bosques termófilos. 

Se pican o sorriban así los terrenos más inhóspitos, como son las potentes planchas fonoliticas de varios centímetros de espesor, los barranquillos (hoyas o nateros), y los bordes de los barrancos (veras y fajanas). El poblamiento diseminado tiene más que ver con la necesidad de explotar grandes extensiones de tierra para obtener producciones de subsistencia, y, por lo tanto tener que explotar hasta el último celemín de terreno. 

Nacen así núcleos como La Cisnera, El Río, Chimiche, Los Blanquitos, Las Vegas, Cruz de Tea, Trevejos o Jama. Muchos de ellos son también restos de los tiempos de explotación feudal del territorio, donde los medianeros o arrendatarios (anteriormente los siervos o enfiteutas), vivían en fincas alejadas, explotando las tierras mediante prácticas agro-ganaderas. En ese tiempo era fundamental la explotación de los pastos, del matorral o de los recursos que brindaba el monte.


La tosca era la piedra más abundante, lo que permitía la construcción de casas,
apriscos y corrales. Medianías de Arico.
La llegada del regadío, tras la apertura de las primeras galerías, propició un aumento de las cosechas, aunque la tendencia durante las últimas décadas es el abandono de las tierras y de muchas de las viviendas tradicionales más antiguas, manteniéndose algunas vinculadas a la explotación de la viña, y casas de fin de semana o de época vacacional, aunque otras se han reciclado como residencias de turismo rural, especialmente en Arico y Granadilla.

Además de este poblamiento semi-concentrado en toda la Medianía, la mayor parte de las vías de comunicación están salpicadas de casas e instalaciones diseminadas, muchas con carácter ocasional. Dos ejemplos claros serían La Martela, en Vilaflor o La Higuera en Granadilla.

La toponimia de estos lugares nos habla de la vegetación que se encontraba (y en algunos casos se encuentra) en la zona: Barranco de La Sabina, Hoya Las Pencas, El Cardón, La Gamona, El Acebuche; los aprovechamientos y usos, como el ganadero, minero o agrícola (Lomo El Centeno, Era de Cho Rutil, Cercado de Doña María, Corral de Los Asientos, Cantera de Las Lajas, El Molino); extracciones de pez, de brea y de madera (Lomo de Los Pegueros, Hornos de Resina, Era del Aserradero, Cabañas de Los Pinocheros, Los Hornitos) y la importancia del agua escasa (Barranco de Los Eris, Fuente de Las Lajas, Fuente El Seco, Charcos del Cedro, Ere Barranco del Vallito).


El Roque. Valle del Ahijadero, entre San Miguel y Arona.
Estos sectores habitados y cultivados se superponen con otros sectores de vegetación natural, en especial los lomos formados bien por las potentes coladas de pumitas, o bien las coladas basálticas que fueron ocupadas por pinares. En los márgenes de barrancos, en las cuestas de gran pendiente y en las  huertas descuidadas, aparecen especies ruderales que funcionan como un matorral de sustitución, como aulagas, balos, inciensos, vinagreras, o tuneras.

Las zonas más altas, donde los pinares son el elemento preponderante del paisaje, son más comunes los signos de naturalidad, siendo uno de los bosques de pino canario más importantes de Tenerife, aunque en la actualidad está muy dañado por el incendio del verano de 2012. 

Descienden desde los escarpes exteriores de Las Cañadas hasta diferentes cotas, en razón de las distintas características que presentan los suelos de la comarca. En zonas donde el abandono de cultivos ha sido más temprano, pueden alcanzar los 600 metros de altitud (Las Vegas, Lomo Las Hayas, Morra de La Sabina)), aunque algunos ejemplares aislados descienden mucho más.


Flor de la jara (Cistus symphytifolius). San Miguel.
El pinar no es homogéneo. Mientras que los sectores superiores, ya cerca de los límites del retamar y orientales presentan una mayor xerofilia y adaptaciones a las condiciones de sequedad, con el sotobosque cubierto por matorrales de diferente tipo y estratigrafía, como la propia retama del Teide, en sectores inferiores aparece acompañado de jaguarzos o escobones. De especial importancia son los sectores repoblados de pinos, en especial en Vilaflor o en Arico.


Flor del jaguarzo (Cistus monspeliensis). Granadilla.

Su máxima cota está entre los 1.900 y 2.000 metros de altitud. Ya sobre los 1.800 metros aparecen las retamas.
En los bordes de Las Cañadas del Teide, se combina la existencia de matorrales de retamas muy dispersos, con sectores de matorrales de alhelí y rosalito de cumbre.

Importante es reseñar la sauceda que ocupa el fondo del cauce alto del Barranco de El Río, formación que aprovecha un curso permanente de agua.


Flores del sauce (Salix canariensis). Arico.

No hay comentarios: