sábado, 26 de noviembre de 2011

Desde el abrigo de la montaña.


Los ecosistemas insulares y los de montaña no han desarrollado defensas contra las especies invasoras. Muchas veces esos invasores foráneos llegan por descuido o casualidad como la amapola californiana (Eschscholzia califórnica) en las cumbres de Tenerife; o las introducen las personas para cultivarlas, como las tuneras (Opuntia máxima); o como plantas ornamentales, caso del venenero (Nicotiana glauca) la yerba de las pampas (Cortaderia selloana) o la flor de mundo (Hydrangea macrophylla). 

Como suelen llegar sin los depredadores o las plagas con que han evolucionado, estas especies invasoras dominan fácilmente a la fauna y la flora locales. 
A menudo los métodos para erradicar las especies extrañas son experimentales, pero siempre toman mucho tiempo y son costosos. 
Por ejemplo, el rabo de gato se tiene que arrancar a mano y cuidando de que no se dispersen las semillas, los muflones hay que matarlos a tiros, y al millón de ardillas morunas de Fuerteventura, no sabemos como exterminarlas. 

Plantaciones de árboles en ladera, sobre bancales.

No existe una ciencia de las montañas. El conocimiento que hemos obtenido de las regiones montañosas procede de una variedad de disciplinas científicas que funcionan como cajas estancas. 
Quizás los geógrafos, por nuestra larga tradición y nuestro espíritu aventurero y viajero, así como la capacidad para entender los elementos físicos y los humanos, somos los científicos que màs nos hemos acercado al entendimiento holístico e integrador de las montañas. 

Tomando notas en el frente de un glaciar


No se entienden (o quizás se ocultan) las decisivas relaciones entre los glaciares de las cumbres y los meandros de la llanura en una cuenca hidrográfica, los bosques y los pastizales de montaña, los pueblos de las montañas y la población urbana de las tierras bajas. 

Necesitamos una ciencia que integre las diferentes disciplinas que estudian los ecosistemas de las montañas, desdibujando la separación entre geología, meteorología, agronomía, hidrología, biología, geografía, antropología y economía, lo cual, no sólo enriquecerá el conocimiento, sino que ayudará a la creación de prácticas sostenibles que contribuyan a proteger los ecosistemas de las montañas y la biodiversidad que acogen. 

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Estudiando los circos glaciares.



Los agricultores de las montañas cultivan miles de variedades de plantas, muchas que sólo prosperan a determinada altura y en ciertos climas. A menudo, promueven el cruzamiento de variedades silvestres y cultivadas. 
En Canarias, entre las plantas forrajeras destacan dos especies endémicas, el escobón (Chamaecytisus proliferus), y el tagasaste (Chamaecytisus palmensis) que han sido cultivadas por ser un excelente alimento del ganado. 

Sembrar muchas variedades, e incluir variedades silvestres, facilita el desarrollo de nuevas características, a la vez que fortalece la diversidad genética de la especie y su capacidad de adaptación. Muchos agricultores de las montañas dicen que también mejora el rendimiento y elimina la necesidad de plaguicidas, herbicidas y fertilizantes. 

Flores de tagasaste.



En los últimos tiempos, cada vez más agricultores de las zonas de montaña han abandonado las tradicionales prácticas por las técnicas agrícolas modernas de alto rendimiento, que no sólo exigen sembrar variedades de semillas de laboratorio, depender más del riego y aplicar más plaguicidas, herbicidas y fertilizantes, sino escoger cultivos específicos de frutas y hortalizas, porque rinden más ganancias en la economía de mercado. 


Algunas comunidades se benefician económicamente, pero para otras estos cambios representan enormes pérdidas, sobre todo de biodiversidad agraria y ganadera y terribles desequilibrios en los ecosistemas de montaña. 
 
 
Ganadería de alta montaña.



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