lunes, 28 de marzo de 2011

Volcanes.





Ayer se cumplieron 31 años del comienzo de la actividad volcánica que desembocó en el paroxismo eruptivo del 18 de mayo de 1980 en el volcán Santa Helena.  Este volcán está situado en la Cordillera de Las Cascadas, en el estado norteamericano de Washington, y la última vez que había registrado una gran erupción había sido en el siglo V de nuestra era.


El deslizamiento de una pendiente volcánica fue observado por primera vez por parte de la ciencia durante esta erupción, que desencadenó un terremoto que hizo ceder la inestable pendiente norte. Tras el deslizamiento, una erupción mayor siguió a la liberación de presión sobre el magma. 

Durante el clímax de la erupción, la columna eruptiva principal subió rápidamente en una serie de latidos, llegando a una altitud de más de 18.000 metros en 10 minutos, y de 27.000 metros a los 30 minutos. A medida que salían más y más cenizas en forma de nubes turbulentas, éstas tomaban la dirección del viento, dejando caer gradualmente su carga de partículas del tamaño de la arena o polvo. 
Seis horas después de iniciarse la erupción, las nubes habían recorrido 400 kilómetros en la dirección del viento, oscureciendo y sofocando a personas y animales que permanecían a la intemperie. El tráfico en las carreteras se paralizó debido a que los conductores no tenían visibilidad y los motores se paraban al taponarse los filtros de aire.  Los parabrisas de los aeroplanos se pulieron por la ceniza y la pintura del fuselaje se raspó.  Las comunicaciones por radio se vieron afectadas por interferencias y la nube de cenizas, impulsada por el viento,  cubrió con una capa de 7 cm de espesor zonas situadas a 40 Km del volcán.



El volumen de las cenizas que se emitieron por el Santa Helena se estimaron en un kilómetro cúbico. Fue una erupción pequeña en comparación con la mayor registrada en tiempos históricos, la del Tambora en Indonesia en 1815, que emitió 80 kilómetros cúbicos de cenizas y material fragmentado, cargando la estratosfera terrestre con tanto polvo fino que afectó al clima mundial. Sin embargo, el campeón en esto de lanzar cenizas fueron las erupciones del Edificio pre-Caldera de Tenerife: 260 Km cúbicos.

Por sus laderas descendieron varios flujos piroclásticos, que devastaron un área de 15,5 km cuadrados, mucho menor que lo destruido por el colapso de la pendiente, unos 500 km cuadrados, formado en esencia por hielo y rocas arrancados del cono volcánico preexistente.




Después de la primera erupción, se generaron lahares (flujos de lodo), al mezclarse los materiales volcánicos con el agua generada al fundirse el hielo y la nieve, que generó un fluido caliente y viscoso que descendió unos 20 km por los valles de los ríos, arrastrando consigo puentes y casas, y rellenando los fondos de las cuencas, hasta que se detuvo.




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