martes, 15 de marzo de 2011

Libros para luchar.




Nuestros gobernantes han conseguido, a lo tonto, a lo tonto, lo que Ray Bradbury escribió en Farenheit 451, o la inquietante realidad personal y regresiva de Flores para Algernón de Richard Keyes.
Ambas novelas son dos verdaderos hitos de la literatura de anticipación, que conocí en aquellos maravillosos años heroicos y míticos de la adolescencia y post-adolescencia, con otro texto que dejó profunda huella en mí: La Fuga de Logan, de William F. Nolan y George C. Johnson.
He de decir que la novela de Bradbury la conocí años después de ver la película en aquellas sesiones matinales de los sábados en las que TVE nos ponía joyitas del cine de ciencia ficción, como El hombre con Rayos X en los ojos, El monstruo de tiempos remotos, El increíble hombre menguante, Dark Star... He vuelto a ver en numerosas ocasiones la película de Truffaut, aunque el libro lo leí una sola. Plantea un mundo donde los libros están prohibidos, donde la felicidad está guiada por las drogas y por la televisión, donde el gobierno escoge lo que es bueno y es malo sin consultar con el ciudadano y esto me hace pensar:
  • Nuestros medios de comunicación están cada vez más dirigidos por intereses neoliberales: el asunto pinta bastos para el mercado del petróleo, y Gadaffi se transforma en un buen tipo que solamente pretende recuperar el poder que cuatro yihadistas le intentaron robar.
  • El mercado televisivo llena los hogares de telebasura fresquita, lista para su consumo masivo (la TDT me ha enseñado que el infierno existe en la Tierra y que el demonio habita en las ondas hertzianas).
  • Existe una permisividad alarmante en relación al consumo de todo tipo de drogas: permitimos a nuestros jóvenes emborracharse en masa y a eso lo llamamos cultura, como en los recientes Carnavales.
  • Los gobiernos a sueldo de las grandes corporaciones y de sus dueños con poder omnímodo dictan leyes que circunscriben la difusión de la cultura a tener dinero para comprarla ( la Ley Sinde o el canon digital).
En la actualidad no tendríamos que aprendernos los libros de memoria, como hacen los rebeldes de Farenheit 451, ante la amenaza de la hoguera, y si así fuera, sería el final de la palabra escrita.
Yo solamente me sé de memoria algunos comienzos, como, "En un lugar de la Mancha", "Aquella mañana, cuando se despertó, tras un sueño intranquilo, Gregorio Samsa se vio convertido en un horrible insecto", "El día que lo iban a matar Santiago Nasar se despertó" "Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía, recordó el día en que su padre lo llevó a ver el hielo".
Son retales, recortes, de esa gigantesca biblioteca y archivador que es nuestra mente y que guarda, de manera efímera, como una computadora cuyo disco duro es de capacidad limitada y precisa de pistas nuevas para guardar lo cotidiano, lo urgente, lo funcional.

Flores para Algernón la leí en un lugar atípico, algunos dirían que incompatible con la cultura: el cuerpo de guardia del Gobierno Militar de Santa Cruz, mientras cumplía el servicio militar. Lo bueno del caso es que fue un libro que encontré allí, dentro de un armero en desuso, bajo una manta, y que leí en los numerosos tiempos muertos. Cuando acabé lo volví a dejar en el mismo sitio...desconozco el destino final de aquel tomo de tapa dura, azul prusia, con las letras negras en el lomo. Algún tiempo después vi la película Charly, basada en el libro.

Estos dos textos me hacen pensar en los sistemas de enseñanza en los que nos estamos educando: la sociedad en general, hasta cierto punto, no respeta el saber por el saber y el conocimiento. Los ejemplos de triunfadores son futbolistas semianalfabetos o señoras cuya única cualidad es gritar e insultar a señoras de su misma condición. Nuestros índices de lectura retroceden. Se acepta una literatura de escapismo, superficial. Mi adolescencia estuvo marcada por Stevenson, Verne, Salgari, Hope, Stoker, H. G. Wells, Allan Poe, H.P. Lovecraft, Tolkien, Rice Haggard, Eco, Asimov, García Márquez, Conan Doyle. Hoy el pensamiento único circunscribe la literatura a historias de lánguidos vampiros postmodernos y de magos histéricos con problemas de identidad.


Por otro lado, nuestros jóvenes más formados, tras pasar años en el sistema educativo, e invertir dinero y tiempo, deben borrar aquellos elementos más destacados, porque el mercado de trabajo está preparado para absorber mano de obra sin cualificar, pero condenamos al paro a muchos jóvenes con estudios superiores, idiomas,y postgrados. Nos pasa como a Charly, pero obligados por la búsqueda del gofio para la cacharra,: cuando hemos alcanzado numerosos progresos, los debemos olvidar para seguir trabajando en un puesto de perritos calientes.
Qué satisfacción deben sentir los clientes de un chicken king o un macburguer fried cuando se enteran de que la camarera es licenciada en filología clásica y una de las tres expertas en Aristofánes que hay en España.


Hace años, un chiste que circulaba por el Instituto, y que nos partíamos de risa con él, decía que en una encuesta sobre literatura y libros, se habían dado las siguientes respuestas:
  • Tusquets: no me interesa la política catalana.
  • Alfaguara: mis conocimientos de monumentos árabes en España no son buenos.
  • Umberto Eco: ese creo que juega en la delantera del Inter.
Desconozco si es una leyenda urbana, pero, muchachos, nuestra risa se ha transformado en una expresión preocupada y meditabunda.

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