lunes, 14 de junio de 2010

Más sobre la Biodiversidad




Hace algunos años (tantos como 18), cuando me compré el famoso libro Flores Silvestres de las Islas Canarias, de David y Zoé Bramwell, no sabía distinguir un guayabero de un palo blanco.
Invertí toda un tarde, con mi libro recién adquirido, y comiéndome el coco, en averiguar el nombre de una humilde plantita en la vera de un barranco cercano a los canteros de mi familia, en Arafo.
Años después, la situación ha mejorado y reconozco con cierta facilidad algunas especies de flora canaria, incluso conozco sus nombres en latín. Pero mis amigos biológos siempre se han encargado de mostrarme lo complejo que es el asunto de la biodiversidad canaria. No sólo hay flora vascular (vasta y compleja), sino algas (un mundo bajo el mar) musgos, hongos, helechos... imposible de abarcar sino eres miembro del club que fundaron Linneo, Darwin, Oparin, Lorenz, Watson, Margalef y tantos otros.
Mis últimas incursiones en diverso lugares altos del Valle de Las Higueras me han permitido descubrir ejemplares de flora que algunos autores sitúan en lugares muy concretos de nuestra isla, en sitios donde no parece lógico (en un principio) encontrarlos.
Me refiero a especies como la cresta de gallo, la morgallana, el palo de sangre, el rosal del guanche, el bicacaro o el viñátigo.
Posiblemente se debe al hecho de que muchos de estos lugares se encuentran en sectores de Monteverde seco que, en el pasado ocupó importantes franjas de los altos del valle, pero que, debido a la ganadería y a la agricultura, hasta hace unos veinte años, estaba ocupado por majadas donde pastaban los rebaños y por canteros donde se cultivaban frutales, viña y papas.
El abandono de estas actividades ha reactivado la dinámica natural, y los elementos humanos ahora son relictos en el paisaje. Es común observar higueras, castañeros, almendreros y viñas en medio de tupidos pinares con aspecto de primigenios, cuando, al preguntar a la gente mayor te decían que de esos sitios se sacaban quintales de fruta y la vid daba unos cuantos cientos de barriles de mosto.
Algunos de nuestros sistemas ecológicos, seriamente transformados por la presión antrópica en el pasado, se recuperan.
Por eso me sorprende que uno de los argumentos que se utiliza para defender el nuevo Catálogo de Especies Protegidas de Canarias sea, principalmente, el que los nuevos estudios han encontrado más ejemplares de esta o de la otra especie, y, por ello, hay que rebajarles la categoría de protección, porque, al haber más, ya no hay amenaza para su correcta conservación.

La idea que subyace en estos argumentos es que las islas funcionan como ciudades donde todo el suelo es urbanizable con parques en su interior (que serían los espacios naturales protegidos), en los que las especies están protegidas (claro, que también podemos descatalogar suelo de espacios naturales, como sucedió en el Chinyero y en La Isleta). El resto de Canarias sería un inmenso solar donde poder construir y fabricar a placer.
Tal explicación convertiría los EPN declarados en Bantustanes de biodiversidad, sin relación física con los demás, pasándose por el arco del triunfo nuevos conceptos territoriales y ecológicos como “corredores ecológicos” o “áreas fuente”, que permiten el flujo de material genético y evitan la endogamia que trae consigo el encerrar especies en un espacio acotado rodeado de residencias, vías de comunicación, o cultivos industriales bajo plástico.
Y así se inventó la rueda.

No hay comentarios: