lunes, 19 de abril de 2010

Desarrollo rural y montañas.



Los espacios de montaña españoles son regiones atrasadas, subdesarrolladas, que sufren la despoblación, marginales, desequilibradas y desfavorecidas, con respecto al contexto socioeconómico de la actual sociedad post-industrial y regida por el sector servicios y la tecnología informática.

Pensemos en el abismo que separa a Vilaflor, Tamargada, Garafía o La Zarza, de zonas costeras como Playa de Las Américas, Valle Gran Rey, Puerto Naos o El Médano.

Tradicionalmente los espacios de montaña han sido ordenados por comunidades que manejaban sistemas agrarios extensivos, orientados a pequeñas producciones de autoabastecimiento, pero esto ha cambiado en los últimos años.

La presión ejercida desde las áreas del “llano” (como se ha visto en la Comarca Sur de Tenerife en los años ochenta del siglo veinte, y el abandono de buena parte de caseríos de la medianía, frente al desarrollo de la Costa), y el cambio en nuestra sociedad, conduce al abandono de las actividades agrarias y a la emigración a las ciudades.

Surgen en este momento dos posturas opuestas que pretenden solucionar la “cuestión montañosa”: por un lado, la posición “conservacionista”, que pretende preservar el modo de vida montañés y auténtico. Plantea prohibir todos aquellos usos que no sean tradicionales y considera el paisaje como algo estático, como una pieza de museo (detrás de esta filosofía está la declaración y gestión de muchos Parques Naturales y Nacionales en amplios sectores de la montaña española).

Por otro lado, la postura “desarrollista”, considera este espacio como un mero soporte de operaciones urbanas (segunda residencia), y de actividades en la naturaleza (deportes de invierno). La combinación anterior da como resultado la proliferación de estaciones de esquí, no ya en aquellas montañas tradicionales, como Pirineos o Sierra Nevada, sino en el Sistema Ibérico, Central y Picos de Europa (hace unos años se planteó una estación invernal en la Montaña de Izaña). 
De este modo, el espacio virgen de la montaña se sube al tren del progreso y del desarrollo mediante nuevas acciones, muy propias de la economía de mercado que nos ha tocado vivir (sector inmobiliario, construcción y servicios).

Sin embargo, desde mi punto de vista, estas posturas anteriores no son válidas, ya que, sólo en contadas ocasiones se tienen en cuenta la opinión de los habitantes locales, que aunque siempre han gestionado su espacio con una visión más ecológica que económica, no han dejado de intervenir en el territorio para aprovechar sus recursos.

Desde temprano, la Unión Europea ha formulado medias para evitar el declive de las zonas de montaña, invirtiendo en explotaciones agrarias, manteniendo la presencia de agricultores. 
En España, desde la promulgación de la Constitución, se establece la necesidad de propiciar el desarrollo equilibrado de las montañas. 
Esto se concreta en una Ley de Agricultura de Montaña 25/1982, en la que se crean las Zonas de Agricultura de Montaña y en la que se marcan las directrices generales: ecodesarrollo (sobre todo política de montes y silvicultura, con repoblaciones, defensa frente a la erosión), y acciones integradas para el progreso social y económico, y contienen dos vías de actuación: la estructural y la asistencial. 

Se trabaja a nivel comarcal, se admite cierta participación local, pero la dirección política es permanente, con lo que los grandes males de la administración, como el centralismo (nacional o autonómico), burocracia, voluntarismo, desidia técnica, impide la participación social, pero se mantiene, al menos en los papeles, la filosofía del desarrollo endógeno (todavía recordamos aquellas subvenciones del IRYDA para asfaltado de pistas rurales o las actuaciones del ICONA en campos, montes, e incluso cascos de algunas aldeas canarias, sin hablar del empleo puntual, pero abundante que generaban).

La política comunitaria respecto a las zonas rurales, diseñó en los años noventa la iniciativa LEADER, (hoy transformada en el FEADER), que marcó el comienzo de una nueva forma de tratar los espacios rurales en Europa, valorando lo local y con un enfoque integrado. Se plantea el desarrollo sostenible de las áreas desfavorecidas, dentro del panorama económico de la Unión, dotando de nuevas funciones a estos espacios, que complementen las actividades económicas tradicionales. 

También se intenta rearticular las sociedades rurales que han quedado desvertebradas y con falta de iniciativas, fomentando la participación en los programas de la población local.
Los proyectos LEADER han tenido desigual eficacia, debido, a lo mejor, a la falta de flexibilidad que ha frenado el carácter innovador de muchos grupos locales que se pusieron en marcha.

Es necesario mantener enfoques integradores y dialogantes con todos los agentes sociales de las áreas de montaña que se pretenden dinamizar. Dice un viejo aforismo que “si le das un pescado a una persona, comerá un día, pero si le enseñas a pescar, comerá toda la vida”.
Es difícil poder enseñar a pescar a una persona que siente que la red y la barca no son suyas, que el río no forma parte de su vida y, que encima, no le gusta el pescado.

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