domingo, 21 de marzo de 2010

Cielos nuevos, nueva tierra.


La época tecnoinformatica ha experimentado la creciente capacidad de intervención transformadora de la sociedad en su medio natural. El aspecto de conquista y de explotación de los recursos ha llegado a predominar y a extenderse, y amenaza hoy la misma capacidad de acogida del medio ambiente: el ambiente como “recurso economico” pone en peligro el ambiente como “casa común de toda la humanidad”. A causa de los poderosos medios de transformación que brinda la civilización tecnológica, a veces parece que el equilibrio hombre—ambiente ha alcanzado un punto crítico.
A partir del presupuesto (claramente equivocado), de que existe una cantidad ilimitada de energía y de recursos utilizables, que su regeneración inmediata es posible y que los efectos negativos de las manipulaciones de la naturaleza pueden ser fácilmente absorbidos, se ha difundido y prevalece una concepción (fomentada por el neoliberalismo) que entiende el mundo natural en clave mecanicista y el desarrollo en clave consumista. Hasta ayer las claves del desarrollo humano eran hacer y tener más que ser. Como resultado, el progreso, así entendido, es la fuente de graves formas de alienación humana.

Los graves problemas ecológicos requieren un efectivo cambio de mentalidad que lleve a adoptar nuevos estilos de vida, a tenor de los cuales la búsqueda de la verdad, de la belleza y del bien, así como la comunión con el resto de las personas para un desarrollo común, sean los elementos que determinen las opciones del consumo, de los ahorros y de las inversiones.

Tales estilos de vida deben estar presididos por la sobriedad, la templanza, la autodisciplina, tanto a nivel personal como social. Es necesario abandonar la lógica del mero consumo y promover formas de producción agrícola e industrial que respeten el orden de la creación y satisfagan las necesidades primarias de todos.

Una actitud semejante, favorecida por la renovada conciencia de la interdependencia que une entre sí a todos los habitantes de la tierra, contribuye a eliminar diversas causas de desastres ecológicos y garantiza una capacidad de pronta respuesta cuando estos percances afectan a pueblos y territorios.

La cuestión ecológica no debe ser afrontada únicamente en razón de las terribles perspectivas que presagia la degradación ambiental: tal cuestión debe ser, principalmente, una vigorosa motivación para promover una auténtica solidaridad de dimensión mundial.


(Adaptado del Capítulo X, COMPENDIO DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA, del Pontificio Consejo Justicia y Paz, un organismo universal de la Iglesia que tiene como función estimular a la comunidad católica para promover el desarrollo de los países pobres y la justicia social internacional , establecido en la Gaudium et Spes n. 90, del Concilio Vaticano II).

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