sábado, 13 de marzo de 2010

Gente y sogas.





En la actualidad asistimos a un combate duro y hasta feroz entre diferentes formas de encontrar soluciones a los problemas que nos preocupan en este principio de siglo. Algunas de estas soluciones no son nada nuevo, ya que proceden de viejas concepciones de la economía y de la sociedad, donde especulación, política, cemento y posibilismo iban de la mano. Desde mi punto de vista estas estrategias han permitido el asentamiento de los antiguos terratenientes y caciques que se han adaptado a la nueva escena política con evidente éxito (especies oportunistas y nitrofilas que medran en cualquier hábitat).

Son elementos que entienden que la planificación es decidida por personas "inteligentes y capaces" y que el pueblo, aborregado, debe decir "Sí, señorito", con la gorra en la mano y los ojos puestos en el suelo. Es bueno tener un anillo insular de autopistas, trenes que recorran la isla, concentraciones de población desorbitadas.
Como contrapartida, hay personas que plantean un desarrollo basado en las energías limpias (de las que Canarias es excedentaria, con miles de horas de sol al año, y vientos constantes y veloces en buena parte de nuestro archipiélago), en la adaptación, mantenimiento y reparación de una red de carreteras secundaria y calles que se encuentra obsoleta, anticuada y en pésimo estado. No hablemos de nuestra red de abastecimiento y evacuación de aguas o de nuestro suministro de electricidad.

Cuando se nos llena la boca de gastar miles de millones en ésta o en aquella obra, nos olvidamos de que nuestra sanidad pública se encuentra sin personal ni recursos, que se doblan turnos, que se esperan meses o años por una rehabilitación o por un especialista y que los consultorios rurales están como en los tiempos de Ramón y Cajal.

La agricultura canaria ya no es competitiva, y la que lo es, no es eficiente, ni respetuosa con el medio ambiente, y los descrestes arancelarios nos están sacando poco a poco de mercados internacionales. Como contrapartida, las medianías están abandonadas y dependemos de los puertos y aeropuertos para abastecer diariamente nuestros mercados, en unas islas donde vivimos más de dos millones de personas.
Cuando veo que nuestros dirigentes y sus respectivas oposiciones, se dedican a tirarse los trastos a la cabeza por cualquier veleidad dialéctica, y que la casa está sin barrer y la cama sin hacer, no puedo más que sentirme profundamente asqueado del tiempo que me ha tocado vivir.
El único mensaje que soy capaz de aceptar es: "gente y sogas, que la burra se cayó al pozo"

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