jueves, 11 de febrero de 2010

El Universo


He de confesar que cuando era más joven, no me gustaba la física. La única parte de la física que me atraía era la que la relacionaba con dos eventos que en aquellos años setenta y ochenta estaban plenamente de actualidad: el armamento nuclear y la carrera espacial. Aparte de Julio Verne, al que leía con asiduidad desde los 12 años, no me acercaba a asuntos que sonaran abstrusos, aunque era un lector habitual de la divulgación de misterios, como los platillos volantes o los enigmas de las civilizaciones pasadas.
Hasta que descubrí un libro en dos tomos de Alianza Editorial y que se llamaba El Universo. Lo que me extrañaba es que lo firmaba un novelista de ciencia ficción (yo en aquel entonces nada sabía de Ziolkowsky, el abuelo de los cohetes soviéticos que colocaron en órbita al Sputnik y al Vostok, haciendo volar a Laika, Gagarin y Thereskova), al que conocía por Yo Robot, o Fundación, un hijo de emigrantes judíos bielorrusos, naturalizado americano, llamado Isaac Asimov.
Lo que me sorprendió de aquel libro fue que entendí enseguida conceptos tan complejos como agujeros negros, enanas blancas, y que conceptos que no lograba entender en la clase de física y química como densidad, volumen, efecto Doppler, teorías ondulatoria-corpuscular y muchos más empezaron a darse codazos en mi estrecho intelecto, entre la historia, la geografía y la literatura, mis tres reinas del conocimiento.
Acto seguido, tuve la gran suerte, como muchos de los de mi generación, que, la entonces única y poderosa Radio Televisión Española, programó la serie Cosmos, producida, escrita, dirigida y conducida por Carl Sagan y Anne Druyan. Ese fue el golpe definitivo para que el Universo, en toda su extensión entrase en mi vida académica, aunque me seguía costando Dios y ayuda superar los problemas de movimiento uniformemente acelerado, óptica y, sobre todo, la formulación orgánica.
Cuando cumplí dieciocho años, me juramenté para terminar de quitarme de encima la Física y Química de 2º y 3º de B.U.P., (y poder acabar de un puñetera vez con el Instituto), pero algo vino a interponerse en mi camino: la publicación en español del libro de Stephen Hawking Historia del Tiempo. Lo compré en una edición de tapa dura, y aún lo tengo en mi biblioteca. La física elemental dejó de ser una malvada bruja que me ponía zancadillas académicas y que me impedía ser feliz. Aprobé (con notas ajustadas, lo reconozco, pero con gran satisfacción), y, curiosamente, desde entonces, la literatura científica y divulgativa forma parte de mis hábitos de lectura, quizá más que la novela, la poesía o el teatro.
Esta batallita del Abuelo Cebolleta viene a colación de los datos que dicen que el 46% de los españoles consulta habitualmente el horóscopo; el 37% considera que los ovnis son naves extraterrestres; el 32% está convencido de que hay espíritus que conviven entre nosotros; el 23% cree en la reencarnación y un 15% de la población recurre a curanderos cuando tiene algún problema de salud.
Frente a estos datos hay que sudar sangre para convencerlos de que el Apollo 11 alunizó en el Mar de la Tranquilidad, que el fenómeno OVNI vino muy bien a los gobiernos de las potencias mundiales durante al Guerra Fría, y que un OVNI llamado B-2, del planeta USAF, bombardeó Panamá, Serbia y Afganistán.
Y ¡ojo!, Carl Sagan, Lynn Margulis (su primera mujer) y James Lovelock trabajaron en el proyecto SETI, que busca vida extraterrestre inteligente en el Universo. Por si no lo saben, Sagan, además de colaborar en el diseño de varias misiones del programa espacial americano en Marte, fue de los primeros en proponer el peligro que suponía para la Tierra el aumento de los gases de efecto invernadero de origen antrópico, Margulis formuló la Teoría de la Simbiogénesis (clave en la biología evolutiva) y Lovelock formuló la Hipótesis Gaia (que Margulis apoyó desde el primer momento).
Cuando terminé de leer Historia del Tiempo, quemé todas mis revistas de esoterismo, adivinaciones, espiritismo, telepatías, enigmas de la Gran Pirámide, atlantes, triángulos de las Bermudas y demás boberías.

P.D: Ni que decir tiene que apoyo la instalación del
Telescopio Extremadamente Grande en el Roque de Los Muchachos, en La Palma, pero eso no servirá para encontrar vida inteligente en el Parlamento .





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