martes, 27 de octubre de 2009

Pasos Nuevos, Viejos Caminos.

Papas en el Norte de Tenerife. Fuente: Rincones del Atlántico


Ya se apuntaba hace tiempo, por parte de muchos economistas que la ausencia de valorar desde un punto de vista ecologico los costes de las acciones económicas sobre el medio ambiente, nos iba a traer más de un disgusto: Los costes ocultos de la economía
Es cierto que, desde hace años existen leyes para prevenir el impacto ambiental o ecológico de las obras que se realizan, en especial las infraestructuras e instalaciones en suelo rústico, pero también es verdad que hemos asistido a la proliferación de grandes obras por todo el mundo. A las autoridades chinas, por ejemplo, debido a las sequías recurrentes que está soportando desde hace años, les está costando llenar la presa de la Tres Gargantas, la verdadera "Muralla China" de la moderna República Popular, en un intento del hombre por dominar el Yant-Tsé, como antes dominara el Colorado con la presa Hoover, el Nilo con la presa de Assuán, o el Mississippi, que cuenta con casi 40 represas y esclusas en sus cursos superior y medio. Bien es verdad que estos ríos provocaban inundaciones periódicas con trágicos resultados, pero también es verdad que, gracias estas inundaciones, sus valles fluviales se convirtieron en zonas de gran riqueza agrícola y que fueron el germen de varias civilizaciones.
Como dijo Herodoto: "Egipto es un don del Nilo".
Algo parecido pasa con la energía nuclear, por ejemplo. Hasta lo que sabemos, es una industria relativamente limpia, que no emite dióxido de carbono, y eficaz, mientras no se disparen los precios del uranio o se agote el mineral. Bien es verdad, que tras, los acuerdos de no proliferación nuclear y de desarme, el mineral atómico sufrió un bache debido a la falta de uso del mismo. Sin embargo, no sabemos cuales son las consecuencias de tanto residuo nuclear regado por medio mundo, buena parte del mismo en el fondo de los océanos, o las consecuencias de un accidente nuclear...o, disculpen, sí que los sabemos, sabemos lo que pasó en Chernobyl, la Isla de la Tres Millas, o las consecuencias de las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki.
La sociedad humana actual está transformando de tal manera el mundo, en aras de un supuesto progreso o crecimiento, que, según apuntan algunos estudiosos parecemos un hamster corriendo dentro de una rueda sin fin, cada vez más deprisa, cada vez más agotados y sin llegar a ninguna parte.
A pesar de las mejoras en la eficiencia, nuestros hogares hoy en día usan más energía que la casa en la que me crié hace 40 años. ¿Por qué? Por el uso discriminado de muchos más aparatos, algunos de ellos prescindibles, por lo menos en Canarias, como el lavavajillas, o la secadora.
No es sólo lo que comemos, sino cómo lo sembramos y cómo grana, cómo y adónde lo transportamos, lo tratamos y lo almacenamos. Para reducir nuestra dependencia de los combustibles fósiles, y para frenar el cambio climático, tenemos que cultivar, comprar y demandar productos alimenticios locales.
El coche privado, independientemente de su conveniencia, ya no puede servir como el principal modelo de transporte en nuestras islas. Cuesta demasiado, depende del agotamiento de los combustibles fósiles, e influye en la calidad ambiental de nuestras ciudades y en el calentamiento global. Eso sin hablar de la guerra silenciosa, aceptada y asumida que suponen los partes de bajas de las carreteras todos los fines de semana y períodos festivos y vacacionales.
Por tanto es hora de que hagamos examen de conciencia sobre nuestras actividades diarias y su influencia en el medio ambiente. Es hora de que todos entonemos nuestro "mea culpa" personal. Es hora de que todos hagamos un verdadero propósito de enmienda para que las cosas cambien. O si no, todos por el sumidero.


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