miércoles, 2 de septiembre de 2009

El Buen Salvaje

Mapa del creciente fértil, donde se iniciaron las grandes civilizaciones de la Historia, debido sobre todo a los avances agrícolas.

Hace algunos años que no hago trabajos sobre asuntos agrarios, aunque al comienzo de mi vida académica y primeros tiempos como licenciado fueron temas que me apasionaron.
Hace poco he tenido conocimiento de un artículo aparecido en Quaternary Science Reviews, donde William Ruddiman (Universidad de Virginia) y Erle Ellis (Universidad de Maryland-Baltimore) plantean la hipótesis de que las sociedades humanas comenzaron a tener influencia sobre el clima hace miles de años, debido a los métodos primigenios de cultivo, basados en la tala y la roza y quema de bosques, como estrategia de una humanidad que abandonaba poco a poco la caza, pesca y recolección, debido a la necesidad de satisfacer la demanda de alimentos de una población creciente. Para ello se han investigado trabajos procedentes de la arqueología, antropología, dinámica de la población y climatología.
La agricultura itinerante que utilizaba el fuego como herramienta para transformar bosques, malezas y prados en un terrazgo enriquecido por las cenizas, susceptible de ser cultivado, consumía grandes cantidades de terreno y generaba importantes emisiones de dióxido de carbono. Los resultados obtenidos con este tipo de agricultura son exiguos y los suelos se agotan con facilidad, por lo que las sociedades primitivas, levantaban los poblados y se dirigían a otro sector, donde se repetía el proceso.
Evidentemente hemos recorrido un largo camino desde entonces, y a nadie se le escapa que la Revolución Agraria del siglo XVIII, con los sistemas de rotaciones de cultivo a tres, cuatro y hasta cinco hojas, (que supusieron el abandono del barbecho), permitió el despegue demográfico de la Humanidad, que no ha parado hasta hoy. Por supuesto, la Revolución Verde ha tenido mucho que decir en todo esto, con la llegada del uso (y abuso) de los fertilizantes de síntesis y de los biocidas masivos.
Canarias es un ejemplo de esto. La concentración de actividades agrícolas bajo plástico en las costas, propició el abandono de grandes zonas de cultivo marginales, sobre todo en los altos y cumbres de las islas, que, poco a poco, han sido recolonizadas por la vegetación potencial, sobre todo el pinar, y permite mantener una población en las islas muy superior a la de finales del S. XIX, durante la crisis finisecular que impulsó "el hambre de la tierra". También es verdad, que la mayor parte de los alimentos los importamos y que somos dependientes del comercio mundial de los mismos.
Todo ello ha sido gracias al uso masivo de combustibles fósiles, que permiten la generalización de la electricidad, el abaratamiento de los transportes, la diversificación económica sobre los sectores secundarios (industrias, cosntrucción) y terciarios (servicios, turismo), que a su vez han provocado un aumento de los gases de invernadero que están conduciendo al cambio climático.
De todos modos, estos estudios no son nada nuevo. Sin salir de Canrias, citaré dos artículos:

  • ¿Influyó la ganadería de los mahos en el deterioro paleoambiental de la isla de Lanzarote? de Constantino Criado Hernández y Pablo Atoche Peña (Tenique: revista de cultura popular canaria, ISSN 1139-2053, Nº. 6, 2004 , pags. 137-157)

  • Sobre la posibilidad de morfodinámica inducida por la población prehispánica en la isla de Gran Canaria, de Alex Hansen Machín y Constantino Criado (Tabona: Revista de prehistoria y de arqueología, ISSN 0213-2818, Nº. 11, 2002 , pags. 87-94).
Ambos artículos nos pueden ayudar a alejar el concepto de "buen salvaje" que todavía poseen muchos activistas y estudiosos canarios y pensar que también las poblaciones aborígenes tuvieron algo que decir en el deterioro ambiental del Archipiélago.

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