jueves, 10 de septiembre de 2009

Ciudad vanidosa frente a ciudad sensata.

Techo verde del Ayuntamiento de Chicago.


Por motivos de trabajo, me he "gozado" la Ciudad de Santa Cruz todo el verano. Como he tenido que moverme por diferentes lugares de la misma, y, por culpa de la recuperación de los precios de la gasolina y de que, según muchos, pertenezco a la cofradía de la "Virgen del Puño Cerrado", muchos de los desplazamientos los he hecho caminando (también porque es bueno para el medio ambiente, para la salud cardiovascular y porque hay que intentar equilibrar el balance calórico de nuestros organismos).

Santa Cruz es una ciudad agobiante, terrible para caminar por ella. La sombra brilla por su ausencia, y el afán de la reforma urbana obliga al peatón a una jinkama neurótica entre aceras estrechas (y muy sucias), pasajes imposibles entre vallas y montones de escombros. En las Ramblas he aprendido a hacer slalom buscando el fresco de los árboles y huyendo del tórrido sol que quema el asfalto. En las calles del Barrio de Salamanca debes acostumbrarte a esquivar contenedores de basura apoyados contra las aceras, rebosando y chorreando de todo tipo de lixiviados tóxicos.
Pensaba que eso era una cuestión exclusiva de esta ciudad atlántica, pero he encontrado estos dos artículos en los que se cuenta lo mismo de otras ciudad españolas: La epidemia de palurdismo... y Desolación de Volver.
Una de las coincidencias que poseen estas ciudades es que todas tienen un alcalde que lleva un montón de años al frente del grupo de gobierno (para mí, más de cuatro años son un montón), y al parecer, se creen la reencarnación de Tutmosis III. Todos han resucitado al Le Corbusier más psicótico y sólo creen en grandes edificios emblemáticos, de muchas plantas, que rasquen el cielo con sus antenas y en avenidas abarrotadas de coches...el peatón, el guaguero, el ciclista debe sobrevivir a duras penas en ciudades tristes, sin chispa, cenicientas y uniformes.

Lo que me llena de confusión es que hay ciudades (de las de verdad, de las de más de un millón de habitantes) que apuestan firmemente por buscar una ciudad confortable de manera sostenible a lo largo de todo año y por buscar disminuir el gasto de recursos naturales y energía.


Una de ellas es Chicago. En los últimos años ha hecho un esfuerzo por crear carriles bicis, plantar miles de árboles, reciclar el agua de lluvia para regar y se ha invertido en personal y en medios para mantener todo esto funcionando.

Aquí, en los momentos de expansión, nos gastamos los dineros en edificios emblemáticos que tienen una utilidad cuestionable, como poco (Auditorio de Tenerife), o en convertir espacios con un gran simbolismo e importancia en lagos artificiales, que no sabemos gestionar, (Plaza de España) y que se llenan de aguas sucias y malolientes. Eso, sin hablar del dinero que hemos gastado en los sistemas ferroviarios (línea 2 del tranvía) o de espacios públicos que hemos dejado en el abandono (parque marítimo).

Ahora, cuando todo el mundo dice que no hay parné, nos los tenemos que comer, y sin papas, porque están muy caras.
Ni de hablar ya de los aires acondicionados a toda marcha que se encuentran en muchos organismos oficiales, o de lo mal que lo han pasado los funcionarios de justicia en la Audiencia Provincial, o los defectos de diseño del Edificio Usos Múltiples II (he tenido la ocasión de comprobar que existen oficinas públicas que necesitan del aire, incluso en los más crudo del crudo invierno, porque están colocados al lado de las salas de redes telefónicas, que generan demasiado calor. Ese diseñador de interiores se sacó el curso en una tómbola).
No creo que nadie de los que tienen la capacidad para dar un viraje al rumbo de esta nave (que, en mi modesta opinión, va rumbo al marisco) lea esto, pero de todos modos, les dejo un vínculo a la pagina del Chicago Center for Green Technology.



1 comentario:

mar de nubes dijo...

Después que visito tu blog se ha abierto una nueva perspectiva en mi vida porque veo lo que me rodea con una dimensión diferente.