domingo, 8 de febrero de 2009

El paisaje y el western (3 y final)




Si exceptuamos a King Vidor, Raoul Walsh o a John Ford, gran parte de las películas del oeste rodadas durante los primeros años, se hacían en decorados. Los estudios Universal, Republic, o Columbia, tenían calles que reproducían “fielmente” la ciudad de los pioneros, como se muestra en la segunda versión de Cimarrón (Anthony Mann, 1960), levantando el pueblo entre toda una comunidad feliz.


En los alrededores del Hollywood primigenio, cerca de montañas semideshabitadas, y resecas por el clima mediterráneo de interior se encontraban muchas de las localizaciones de estas películas, como ya hemos explicado con el caso de Mixville. 

Hay que destacar que se han rodado grandes cintas en las que la trama sucede en un espacio acotado y casi claustrofóbico, como Sólo ante el peligro (Fred Zinnemann, 1952), en el que, solamente hay dos secuencias en las que se sale fuera de la ciudad: cuando los recién casados van por el campo de espigas y cuando regresan los forajidos.

En Solo ante el peligro tenemos ocasión de contemplar el típico pueblo del western cinematográfico.

Las ciudades tienen una tipología “standard”, que incluye un hotel, un banco, una iglesia, una cárcel-oficina del sheriff, un establo, una barbería, ejemplos todos ellos de los estamentos del poder y del orden y del bienestar económico. Es el estilo de vida americano en medio de la pradera. 
También hay un saloon, que es refugio de malhechores, tahúres y mujeres de dudosa reputación, que aunque algo casquivanas, tienen un gran corazón. Este lugar es el ejemplo que en todo paraíso hay ángeles caídos. 
Sin embargo, los saloons pueden convertirse en lugares de impartir justicia, como en el caso de El Juez de la horca (John Huston, 1972) o en Tres padrinos (John Ford, 1946). 
 
Juicios en los que se decide sobre la vida y la muerte de las personas se hacen en la barra donde se venden licores y junto al piano ruidoso. También se realizan subastas y otras reuniones públicas, como en Hasta que llegó su hora (Sergio Leone, 1968), en la que se subasta la finca del escocés visionario en uno de estos saloons, ante la triste mirada de Claudia Cardinale, convertida en una de la viudas más desconsoladas del cine del oeste, y eso que no llegó a conocer a marido. 


Quizá uno de los ejemplos más claros de decadencia urbana de una ciudad del oeste esté en El fuera de la ley (Clint Eastwood, 1976), o también en Infierno de cobardes (1972), del mismo director, donde una antaño próspera ciudad minera se ha convertido en un pueblo fantasma, por lo demás bastante comunes en algunas películas del género. 
Otro caso curioso es el que se nos ofrece en la mítica Shane, titulada en España Raíces profundas, (George Stevens, 1953), donde junto al bar lleno de pendencieros y peligrosos matones, sólo separada por un escalón y una puerta de batientes, está la tienda de ultramarinos donde las señoras de los granjeros y los niños compran telas, provisiones y bastones de caramelo.
 
Hasta que llegó su hora.


Esta tipología varía cuando hablamos de pueblos mineros, ya que allí, lo único respetable es la tienda del tipo que compra el oro y se lo cambia a los mineros por frijoles y café, y la oficina del registro de tierras. No hay alguaciles, ni iglesia, y el pueblo se reduce a un montón de tiendas de campaña dispersas, en una llano enfangado. Así es el pueblo de El árbol del ahorcado (Delmer Daves,1959), en el que el decorado sirve para hablar de la conciencia humana, de los sentimientos de culpa, de la hipocresía, de la venganza y de la redención de las culpas por el amor y no por la expiación.

En Duelo de titanes (John Sturges, 1957), el pueblo, Tombstone y el cementerio, Boot Hill, son tan importantes que sin ellos, sería imposible hablar de la Historia, así con mayúsculas, del oeste.

Hay películas en las que el paisaje se convierte en un actor despiadado que mata y que es imposible de dominar. Tal es el caso del desierto de Mojave en Tres padrinos (John Ford, 1946), un desierto arenoso y sin agua, que se alterna con un espacio de badlands volcánicos renegridos y secos y grandes extensiones de lagos salados que acaban con dos de los protagonistas. 
 
Tres padrinos
 
 
El viento, la arena, las escorias y la sal, así como la rala vegetación desértica están omnipresentes a lo largo de la cinta, en las que los héroes son una suerte de reyes magos descarriados que salvan al niño, tras ayudar a su nacimiento y frente a la muerte de la madre y la desaparición de un inepto y cobarde padre.

De todos modos, hay westerns cuya razón de ser son, precisamente los paisajes que los rodean, como es el caso de ese viaje iniciático emprendido por Robert Mitchum y Marilyn Monroe, en Río sin retorno (Otto Preminger, 1954), donde los bosques, el río que da la vida, pero también la quita, el pueblo minero, todo está en contra y enfrentado a esos aparentemente perdedores, que superan las pruebas de la vida con dignidad y esfuerzo personal. Preminger aprovecha todos los ángulos y los objetivos para mostrarnos fondos de montañas nevadas, los meandros y los bancos de arena, la angustia del descenso de los rápidos en la almadía sin control….

Quiero despedir esta serie de entradas dedicadas al western con una mención a un película con bastantes malas criticas pero que, cada vez que la reviso le encuentro algo nuevo y positivo. Me refiero a El Álamo (John Wayne, 1960). El tratamiento del paisaje me parece bastante adecuado para la historia épica que se pretende narrar: los atardeceres de nubes rojizas sobre un cielo muy azul, las cabalgadas de la caballería mejicana entre áridas barranqueras cubiertas de una hierbas resecas, atravesando torrentes y arroyos de escasas, pero bravas, aguas. 
 
Incluso el discurso de Crockett con Flaca, junto al río remansado y festoneado de grandes y ancianos árboles, utiliza este lugar donde se respira paz para anticiparnos el vendaval de fuego y plomo que se va a desatar poco después.


El tratamiento de la trama urbana de San Antonio de Béjar ( México se había independizado de la Madre Patria unos quince años antes y precisamente, el año de la batalla de El Álamo, la Corona española reconoció la independencia del Virreinato de Nueva España) fue acertado, reflejando lo que podía ser un pequeño pueblo de misiones en los llanos del sureste tejano.
 
El Álamo.

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